domingo, 25 de septiembre de 2011

Praga

Después de Budapest, Praga era nuestro destino. Un autobús bastante majo, en el que pasamos siete horas, pero que tenía azafata, teles individuales, café gratis y wifi. Así la verdad es que el viaje no se hizo largo. Lo único destacable, el descampado del que salía el autobús, que daba bastante miedo.

Praga tiene partes, sobre todo la parte del castillo, que son un gigantesco parque temático lleno de turistas. Lo del puente Carlos no tiene nombre. Bueno, sí lo tiene, marabunta!

Teníamos tres días casi enteros, así que decidimos dejar el segundo al castillo entero, y el primero recorrer el centro. El reloj precioso e hiper famoso, donde a las horas en punto hay un millón de personas viendo lo absurdo que es lo que sucede, toda la plaza del barrio viejo, el barrio judio, con una sinagoga con todos los judios desaparecidos en la ciudad durante la segunda guerra mundial que ponía los pelos como escarpias, y un cementerio judío que dejaba claro la estructura de la sociedad judía: nosotros nos enterramos por familias, ellos como comunidad.

Vimos muchas iglesias recargadas hasta decir basta, y aprovechamos para ver teatro negro. Turistada, al menos la obra que vimos nosotros.

El segundo día nos sumergimos en la multitud de turistas que atravesaban el maravilloso puente que no hay quien disfrute, y llegamos al castillo. Lo mejor del castillo sin duda es la catedral. Es bastante lamentable ver que hay muchos turistas que se quedan en la parte gratuita de la catedral y no ven las mejores cosas, como la vidriera de Mucha, la tumba de plata de nosequien que era espectacular, y al menos otra cosa que ya no recuerdo. Lo mismo se aplica al resto del castillo, casi todos los turistas iban a lo gratis y punto. Llegar gasta Praga y ver el castillo sólo lo gratis debería estar penado.

En el castillo destaca un museo privado que hay que es propiedad de una familia noble y cuenta la historia de su vida. Uno de museos mejor planteados que he visto nunca y, sin duda, la mejor audio guía que he tenido.

En la zona del castillo también vimos el muro de John Lennon, que no tiene nada, otra zona de estas absurdas donde la gente pone candados, y las estatuas en la puerta del museo Kafka de dos tipos orinandose en el mapa del país.

También tomamos una cerveza hiperbarata, aunque eso lo repetimos mucho a lo largo del viaje.

El último día lo dejamos para ir rematando los detalles que nos faltaban por ver: La iglesia donde se encerraron unos paracaidistas en la segunda guerra mundial y los fueron a sacar inundando la iglesia ( la mayoría se suicidaron antes de salir, el resto fueron asesinados ) y que estaba cerrada. La plaza de San Wenceslao, la parte vieja de la estación de tren, la casa de la madonna negra, que tiene una cafetería cubista super chula...

En fin, que Praga vale la pena... La duda estaría entre Praga y Budapest... Probablemente gane Praga... Habrá que ver Viena!





martes, 20 de septiembre de 2011

Budapest

Juntas dos pueblos en uno sin pensarte mucho el nombre, Buda y Pest. Les pones unos puentes por encima del Danubio para unirlos y consigues una de las capitales imperiales de Europa.
Un viaje de menos de tres días, pero que ha estado realmente bien. Una ciudad para andarla de punta a punta, para disfrutarla subiendo a la colina Gellert o dejarse cuidar en sus famosas termas. Fama muy merecida.

Si hay que quedarse con algo, el parlamento y su monumentalidad parecen un claro y fácil ganador, seguido de la sensación de meterse en una piscina de agua caliente mientras anochece en un entorno de principios del siglo XX. 

¿ Lista de sitios vistos ? Además del citado parlamento, y las termas Szechenyi, recuerdo el bastión de los pescadores y sus vistas sobre el Danubio, la iglesia Matthias, San Esteban y la discusión porque salimos por error antes de tiempo y el viejecito que vigilaba y su inexistente inglés querían cobrarnos donativo de nuevo, el mercado central y lo bien que comimos en un puesto para turistas, las estatuas del castillo, la plaza de los héroes, la Calle Andrassy que parece un bulevar francés y la calle Vaci, atiborrada de turistas. La elegancia de la ópera, los recovecos del barrio judío, la majestuosidad del puente de las cadenas, el sobrecogimiento con los zapatos del Danubio recordando a los desaparecidos durante el comunismo.

Lo peor el sitio donde cogimos el bus para dejar la ciudad, que era imposible pensar que esa pudiera ser la parada teniendo una estación de autobuses a menos de cincuenta metros. Pero si era ese el sitio, sí, en ese descampado tan entrañable. 

Budapest derrocha majestuosidad de cuando fue una de las dos cabezas de un imperio, y, en los rincones, aún se recupera de las cicatrices del nazismo y de haber estado en el lado incorrecto del telón de acero.