martes, 20 de septiembre de 2011

Budapest

Juntas dos pueblos en uno sin pensarte mucho el nombre, Buda y Pest. Les pones unos puentes por encima del Danubio para unirlos y consigues una de las capitales imperiales de Europa.
Un viaje de menos de tres días, pero que ha estado realmente bien. Una ciudad para andarla de punta a punta, para disfrutarla subiendo a la colina Gellert o dejarse cuidar en sus famosas termas. Fama muy merecida.

Si hay que quedarse con algo, el parlamento y su monumentalidad parecen un claro y fácil ganador, seguido de la sensación de meterse en una piscina de agua caliente mientras anochece en un entorno de principios del siglo XX. 

¿ Lista de sitios vistos ? Además del citado parlamento, y las termas Szechenyi, recuerdo el bastión de los pescadores y sus vistas sobre el Danubio, la iglesia Matthias, San Esteban y la discusión porque salimos por error antes de tiempo y el viejecito que vigilaba y su inexistente inglés querían cobrarnos donativo de nuevo, el mercado central y lo bien que comimos en un puesto para turistas, las estatuas del castillo, la plaza de los héroes, la Calle Andrassy que parece un bulevar francés y la calle Vaci, atiborrada de turistas. La elegancia de la ópera, los recovecos del barrio judío, la majestuosidad del puente de las cadenas, el sobrecogimiento con los zapatos del Danubio recordando a los desaparecidos durante el comunismo.

Lo peor el sitio donde cogimos el bus para dejar la ciudad, que era imposible pensar que esa pudiera ser la parada teniendo una estación de autobuses a menos de cincuenta metros. Pero si era ese el sitio, sí, en ese descampado tan entrañable. 

Budapest derrocha majestuosidad de cuando fue una de las dos cabezas de un imperio, y, en los rincones, aún se recupera de las cicatrices del nazismo y de haber estado en el lado incorrecto del telón de acero. 


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