domingo, 31 de enero de 2010

La vida corriendo detrás de un balón



Vivir pendiente de esa pelota dichosa que bota anárquica por el campo. Acariciarla suavemente, golpearla con fuerza. Ser el más rápido en la banda, el más listo para el pase, el más certero en el remate. Hacer que todo tu equipo vaya en la dirección correcta, con el mismo ritmo, la misma cadencia. Mover al equipo sin cansarlo, convertirlo en una máquina que no se venga abajo.

Dejar atrás la noción del tiempo, olvidar el espacio que está fuera de las líneas que delimitan el campo. Parar sólo cuando lo dice el árbitro. Tener la vista atenta siempre en esa pelota que corre de lado a lado, sin voluntad propia, pelele del juego.

No pararse al recibir una patada, no dudar si hay que propinar una, limpiamente, sin afán de lesionar. Sentir el contacto del rival, y no dejarse vencer. Notar el sudor en el rostro, y sentir que todo se está haciendo de la forma correcta.

Mirar en todas direcciones y darse cuenta que el balón es importante, tanto como estar en ese campo, con esos amigos. Sentir que lo importante no es el juego en sí, sino con quien lo haces.

Marcar un gol y dedicarselo a quien se lo merece.

viernes, 29 de enero de 2010

Espejo

El que está al otro lado del espejo no puedo ser yo, porque es un cobarde que no se atrevería a enfrentarse a sí mismo. Nos miramos de reojo, incapaces de soportarnos las miradas. Barba descuidada, pelo salvaje, ridículo. Casi diría que le falta higiene y educación a esta perversión de mi imagen. Además, está más gordo que yo. Diría que, si pudiera olerle el aliento, olería a alcohol barato, de ese en que se intentan ahogar recuerdos dolorosos que siempre se mantienen en la superficie, apoyados en la espuma de la cerveza, en los hielos de las copas.

Mi imagen desfigurada soy yo mismo acabado, carcomido por mis miedos y mis miserias. 

Alzo los ojos y, decidido, los clavo allí donde espero encontrar su fiel imagen. Nada queda en ese espejo. Han pasado de verse mis miserias exteriores a que se vea lo me queda vivo dentro. El vacío que me consume, dejandome como una brizna de aire que nada es.

Desaparezco a ambos lados del espejo a la vez. No había realmente nada en ninguno.

martes, 26 de enero de 2010

finales trágicos

Echa la vista atrás, hasta el rincón donde la memoria se entremezcla con las sensaciones de la niñez. Arrastrala luego, lentamente, hacia delante. Un día, perdido en esos recuerdos, apareceré yo, difuso, con una ropa distinta a la que probablemente vestía, con unos rasgos más parecidos a los actuales que a los que tenía en aquel instante. Poco a poco, según sigas dejandote llevar hacia el presente, verás que mi figura va y viene cada vez con más frecuencia, cada vez con más sonrisas, cada vez con más emociones. Te detendrás, porque aún lo recuerdas, en ese beso que nos dimos y que tu memoria hace que dure más, signifique más, sea mucho más dulce. Luego, mientras ese momento va quedando atrás, vendrán las lágrimas, los lamentos, las discusiones. Vendrá el olvido, y volveré a quedarme, diluido, en un rincón, con una ropa cercana a esta que llevo ahora, con este rostro.

Pero más borroso.

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Ella me dice que no fue como lo cuento. Puede que no, pero fue como lo vivimos.

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No se me olvidó sonreir, solo se me olvidó el motivo de hacerlo.

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En ese rincón, la vida se acabó a la vez que nos decíamos adiós.

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Teníamos tan poco que decirnos, que no llegamos nunca a despedirnos.


lunes, 25 de enero de 2010

Dime

Dime que es eso que oigo, que suena perdido entre los laberintos de tu pelo. Dime cual es ese sonido que roza tu piel, mi piel, que sueña con ser algo más que un recuerdo. Dime que esa música que tocan mis dedos por vez primera y de memoria, mientras los tuyos les siguen a duo por las partituras de mi pecho. Dime porque gritas, frenética, porque chillas al viento, porque rompes el silencio aullando en mi oído lo que siento. Dime porque respiramos acompasados, a ese ritmo que nos hemos inventado y coordinamos con nuestro aliento y nuestras lenguas. Dime porque casi pierdo la conciencia entre tus piernas, entre tus labios, mientras te oigo dentro, muy dentro. Dime de nuevo que esto no va a acabarse nunca, porque el tiempo está embobado mirandonos hacer esculturas con las sábanas. Dime que dormiremos después abrazados. Dime... 

jueves, 21 de enero de 2010

Dolor, dulce dolor

El dolor se apodera de mi cuerpo, me desgarra a cada paso, a cada momento. Caigo, porque en pie aguantarme ya no puedo. Grito, porque por algun sitio tengo que liberar el torrente que golpea mi cuerpo a cada instante, intentando derumbarlo desde dentro.

Cuando el cuerpo es simplemente un estallido de dolor, un sufrimiento que no se acaba y que repica por todas las venas, las arterias, los organos internos y convierte el esqueleto en una caja de resonancia a una frecuencia que no quieres escuchar, el mundo parece durar eternamente en cada segundo, pero realmente no avanza. Se queda detenido mientras agonizas, esperando tu final, que nunca llega.

Me desmayo y mi consciencia me libera de la carga.

Nunca despierto.

lunes, 18 de enero de 2010

sueños infantiles

La profesora quería que los niños escribieran algo más original que sus habituales redacciones de las vacaciones, así que les pidió que, durante la clase de ese día, escribieran un sueño que hubieran tenido. Mientras todo los niños sacaban los bolis y las hojas, en la última fila, un niño, sentado al lado de la ventana, empezó a ponerse nervioso. No recordaba ninguno de sus sueños y los nervios no le ayudaban. Sus compañeros escribían cuentos de animales extraños, héroes, y él, delante del folio vacío, no sabía que hacer. Así que hizo lo único que se le ocurrió para recordar un sueño que contar: dormirse.

Años después, aún seguía preguntandose porqué la profesora se había enfadado tanto de que se esforzara por hacerla caso. 

domingo, 17 de enero de 2010

a past and future secret

He vuelto a leer hoy por internet ese tópico de "si desde el pasado pudieras ver como estás ahora, ¿ estarías orgulloso de ti ?"
Sí, es absurdo, pero es una forma de contrastarnos contra lo único que nos acompañará toda la vida, nosotros mismos. Si con doce años hubiera podido verme tal cual soy, ¿ querría repetir todo de la misma forma ? ¿ iría por el mismo camino ? 

Es una pequeña trampa recurrir a los doce años, ciertamente. A esa edad, aún no se sabe lo que es la vida. A veces a los treinta tampoco, que cojones... ¿ y si fuera a los dieciocho cuando pudiéramos atisbar nuestro presente ? ¿ o justo al acabar la carrera ? 

¿ Y si el que nos viera fuera nuestro yo de hace solo dos años? ¿ Nuestras últimas decisiones las habríamos mantenido ? ¿ No le haríamos cambiar ni una coma, pedir ni una disculpa, ahorrarse problemas y líos ?

Ver el futuro es imposible, por suerte. Aunque, ojalá a veces se nos dejara ver el pasado para darnos cuenta como fue realmente, y que no pudiéramos cambiarlo con los recuerdos y sensaciones subjetivos del presente...

sábado, 16 de enero de 2010

Paisajes que nadie podrá ver

Un paisaje arrasado y desolado a mi alrededor. Todo el espacio que mi vista abarca, es un infinito erial de polvo y desolación. Este es el monumento al progreso en el que hemos convertido al planeta. Recuerdo todos nuestros sueños pretéritos, los comparo con aquello que contemplo. Lloro. Es un engorro cuando llevas puesta la máscara que hace falta para respirar en la superficie.

Nadie tiene muy claro en que momento nos refugiamos en las cuevas. ¿ Fue durante las guerras nucleares ? ¿ Cuando dejó de haber agua fluyendo por los ríos y toda la vegetación se convirtió en un mero recuerdo ? ¿ Cuando las plantas al desaparecer dejaron de generar el oxígeno que necesitábamos ? La superficie se convirtió en una zona inhóspita, abandonada, donde nada se hacía y nada se esperaba. Los restos de la civilización los había extinguido el agresivo viento que las cada vez más habituales tormentas de arena levantaban. Nada vivo y pluricelular podrá vivir aquí hasta dentro de miles de años.

Habíamos quemado el planeta, habíamos extinguido millones de formas de vida. Somos unos pocos miles los que quedamos, viviendo de esta forma precaria y casi post-apocalíptica, meros supervivientes de una raza condenada. Hace siglos cometimos dos errores: nos olvidamos de preservar nuestro mundo y abandonamos la idea de colonizar ese mundo cercano, con posibilidades, que es la Tierra. Marte se nos murió entre las manos...

miércoles, 13 de enero de 2010

Versos sueltos

Me preguntaste si tardaba mucho en componer las poesías que te escribía. No pude responderte, y pensaste que era para quitarle importancia. No fue así, no supe decirte la verdad a la cara. No hay ninguna original, soy un plagio. Sólo transcribo lo que veo en tu mirada, los gestos de tus manos, el contacto de tu piel y la mía. Sólo escribo al dictado de mi corazón cuando tu boca, dulce recuerdo del sueño, se une lentamente, suavemente, con la mía. 

La poesía la escribes tú. Yo soy, como mucho, tu humilde escribano.

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Esto estaba pendiente de publicarse, y no me pega para esta semana triste y fea, o sí...

lunes, 11 de enero de 2010

Nieve

Nieva. La nieve va cubriendo las miserias de la ciudad, dejando un paisaje virginal, puro y cándido. Debajo, todo queda parado, inmutable, irresoluto. La ciudad queda tapada por esa blancura que recuerda a una falsa sonrisa de la naturaleza, que nos engaña coqueta. Muestra los copos, blancos, blandos, casi acogedores, pero oculta el hielo que empieza a formarse debajo y que no permite mantenerse en pie ni avanzar.

Nos quedamos embobados mirando desde la ventana como se congela todo nuestro mundo, admirándonos de la belleza que adquiere, de su elegancia, de la perfección que se alcanza cuando la espuma caída de las nubes lo va envolviendo. Barremos nuestro mundo debajo de esa alfombra y sonreímos. La realidad desaparece, todo mejora.

Curamos parcialmente la ciudad echando sal en sus heridas. Escuece, pero crea senderos practicables, feos, desagradables, pero la única forma que queda de poder ir a algún sitio. Andar por ellos no es trivial, pero no queda otra. Peor es pararse, quieto, y desaparecer lentamente entre la nieve, que no cesa.

Lleva nevando demasiado tiempo.


viernes, 8 de enero de 2010

Noche de reyes ( y 3 )r

El niño había sido bueno durante todo el año. Un alumno ejemplar, chico de notas altas constantes. Estudioso hasta el exceso, obediente en casa, diligente en el colegio. El hijo que cualquier padre querría tener.

Así que los reyes magos, cuando recibieron su carta, no tuvieron más remedio que atenderla. Era una petición extraña, así que tuvieron que releer la carta varias veces. No había lugar dudas, y no podían culpar a la letra del crío, que se había tomado la molestia de escribirla con un ordenador. No podían equivocarse, pero iban a tener que remover cielo y tierra para conseguir lo que el chaval les había pedido.

Melchor recorrió todas las tiendas de la calle Serrano, pensando que en su exclusividad podría encontrar lo que buscaba. En todas se deshacían en halagos e intentaban venderle artículos de lujo, joyas excelsas, caras exquisiteces. Nada se parecía a lo que buscaba.

Gaspar, se fue a las tiendas humildes, a los bazares chinos que llenaban Madrid, a las jugueterías tradicionales, a las tiendas de segunda mano, a los todo a cien... La gente le miraba sorprendida, pero no era capaz de ayudarle, a pesar de lo que se esforzaban. Alguno cerró su tienda para acompañarle incluso en su periplo. Nada.

Baltasar siempre había sido el más avanzado de los tres, así que se quedó en casa, con el ordenador, recorriendo internet de un extremo al otro. Si algo puede encontrarse, si algo puede comprarse, alguien lo estaría vendiendo ya en internet, desde cualquier esquina del mundo. Varias páginas falsas después y decenas de ventanas de publicidad cerradas, la búsqueda seguía en su sitio inicial.

Con la noche de reyes ya demasiado cerca como para seguir dando palos de ciego, los reyes decidieron que sólo había una forma de saber lo que tenían que poner en la caja. Melchor se fue a hablar con los compañeros de clase del chaval, Gaspar con los niños del vecindario, Baltasar con sus primos.

Cuando el día de reyes el reloj dio las ocho, la hora a la que su madre le había autorizado a despertarse, el niño, ilusionado como pocas veces, corrió hacia el salón. Un grito brotó de su garganta cuando vio el enorme paquete que había llenando la mitad de la estancia. Era más alto que él, y llegaba casi de una pared a la otra. Una cinta caía tentandole a tirar de ella y abrirlo.

Eso hizo, y, mientras las paredes de cartón del paquete se desmoronaban, su verdadero regalo empezó a salir y felicitarle. De uno en uno, una larga fila de compañeros de su clase le abrazaban, bromeaban con él, le proponían juegos, detrás iban algunos de sus vecinos, e incluso dos de sus primos... 

En el suelo, pisoteada por el tumulto, una nota: "Los amigos que querías. Disfrutalos" Firmado M., G. , B. 

Los padres del resto de niños se levantaron preocupados cuando no vieron a sus hijos en casa, pero después, cuando escucharon la historia entera, entendieron que sus hijos habían hecho más de lo que ellos podrían encontrar nunca en un escaparate.

Noches de reyes ( 2 )

Se fue de la cabalgata antes de que acabara. No era sólo que la multitud le agobiara, era que aún tenía compras que hacer. La verdad es que para los empleados será una faena, pero para la gente como él, que los grandes almacenes abrieran hasta media noche era un regalo del cielo.

Atravesó el gentío que colapsaba la calle Alcalá, y logró deslizarse entre el amasijo de brazos y piernas que era toda la puerta del Sol. Entrar en el Corte Inglés fue más difícil, la entrada estaba totalmente bloqueada. Menos mal que sabía donde iba, lo que a ella le gustaba, lo que iba a comprarla. Subió por las escaleras mecánicas hasta la última planta, y fue bajando de una en una, comprando prácticamente un artículo en cada piso, perdiendo demasiado tiempo en cada cola, en cada caja. Cuando volvió a la puerta por la que había entrado, llevaba los brazos llenos de bolsas repletas de regalos para ella, una combinación casi perfecta, una lista pensada y pulida durante semanas. El ir el último día le había obligado a cambiar un libro por otro, pero seguía estando contento con sus compras.

En el metro, rodeado de otros tantos como él, iba feliz. Radiaba esa felicidad del que sabe que ha hecho todo lo posible y se lo van a reconocer. Le faltaba sonreir a todo el que entraba, y desearle feliz navidad.

Abrió el portal con cuidado, casi temeroso de despertar a algún vecino. No quería ser el que despertara a los hijos de los vecinos en su noche más especial. Y si había abierto la puerta de la calle con delicadeza, la de su casa fue casi un trabajo artístico. Estaba convencido de que la alarma no habría sonado de haber estado activada.

En el suelo desnudo del salón dejó sus zapatos y, al lado, la pila de regalos que la había comprado, para que lo viera nada más despertarse. Se fue, de puntillas, a la cama, y se durmió encima de la sábana, para no molestarla.

Al despertar, vio que ella no estaba ya en la cama, y se fue al salón, donde vio todo tal y como lo había dejado la noche anterior: sus zapatos, silenciosos, en un rincón. Los regalos que había comprado el día de antes, amontonados y tristes sobre el frío suelo.

Y entonces, sólo entonces, fue cuando se acordó, como cada mañana, que ella se había ido hacía semanas, que no iba a volver a dormir a su lado, a compartir su desayuno, a desembalar sus regalos.

Los paquetes se quedaron en el mismo sitio durante meses, esperando alguien que quisiera recibirlos. Un día se esfumaron sin previo aviso y nadie se dio cuenta. 

jueves, 7 de enero de 2010

Noche de reyes

La primera Navidad en la que sabía que los Reyes son los padres, en la que sabía que si no tenía lo que quería, sería por culpa de esos dos adultos que otros años habían culpado a esos tipos de los caramelos y los camellos. Había ido mirando en los armarios, en el trastero, en todos los sitios donde podría estar escondido lo que había pedido. Sin éxito, claro.

Así que, se fue a dormir, con esa mezcla de incertidumbre y ansiedad tan propia de la noche de reyes. Con ambos oídos atentos, afilados, pendientes de cualquier ruido. Nada. Sus padres se metieron en la cama, les oyó darse las buenas noches, apagar la luz, dormirse. Nada. Ruidos apagados de la calle, el ascensor, agua corriendo brevemente por una tubería. Ni la más mínima señal de que alguien se levantaba en su casa.

Se despertó horas después. La noche había sido intermitente y demasiado corta, pero ya era aceptable salir de la cama el día de reyes. Se quitó toda la ropa de cama de encima, saltó de la cama, abrió la puerta frenéticamente y corrió por el pasillo hacia el salón, donde se lanzó, sin mirar, hacia sus zapatos.

Se paró en seco. No había regalos en sus zapatos. De hecho, sólo había un zapato. ¿ Qué tipo de broma era ésta el día de reyes ? No tenía ninguna gracia que le hicieran esto. Y menos, cuando los zapatos de sus padres estaban totalmente cubiertos por paquetes de regalos, ¡casi de forma exagerada! Le faltó poco para empezar a romper los regalos de sus padres, pero primero quiso recuperar su zapato. No le gustaba que le tomaran el pelo, así que no iba a dejarles que lo hicieran.

Buscó por todo el salón, mirando debajo de los muebles, cerca de los regalos de sus padres, por los rincones. Ahí no estaba. Repasó su cuarto, aunque estaba seguro de haberlos llevado los dos antes de irse a dormir. En su cuarto no estaba, ni en el baño. Le quedaba por ver la habitación de sus padres, que seguían dormidos ( eso creía él ), o la cocina, las dos puertas que seguían cerradas en su hogar.

No pensaba ir donde sus padres. Ellos le habían gastado la jugarreta, no pensaba darles la satisfacción de aceptarlo. Así que fue a la cocina, con cuidado de no hacer ruido al abrir la puerta. La cerró tras de sí, despacio. Click. Ahora tenía que ver donde podía estar su zapato...

Cuando uno está cegado con una idea, su atención está tan focalizada que hay detalles que suceden alrededor que pasan totalmente desapercibidos. Había ruidos extraños en la cocina, el olor era distinto al habitual, había demasiados indicios de que algo estaba sucediendo en ese cuarto como para no darse cuenta. No se dio cuenta.

Así que empezó a buscar el calzado y, la verdad, es que el zapato casi le encontró a él. Lo vio, medio oculto detrás de la esquina que daba a la terraza, saludandole.  Sonrió de oreja a oreja, no le habían podido engañar mucho rato. Hacia el que se fue, despacio, ( click ), muy despacio. Agarró la parte que tenía visible y, al ir a recuperarlo, notó como éste se resistía a ser recuperado. Tiró con más fuerza, y, mientras veía todo su zapato aparecer detrás del rincón, vio como un cachorro de perro, casi un peluche, estaba mordiendolo fuertemente, casi obligado. Al verlo, soltó el zapato de golpe y oyó a su espalda, "Felices reyes magos, hijo".

Esas fueron las primeras navidades que recuerda que lloró, mientras el perro le lamía las lágrimas y daba vueltas alrededor de él, jugando como un loco.

miércoles, 6 de enero de 2010

Cabalgata de reyes del 2010


A falta de mejores cosas que poner, o sin ganas de escribir, o sin temas que poner, o con temas que no quiero tratar, pues fotos de la cabalgata...







Y que los reyes, o Papá Noel, o quien sea, os haya traido aquello que necesiteis...

sábado, 2 de enero de 2010

El olvido en un rincón del planeta

Hay un pueblo perdido en una llanura de Asia que, nadie entiende como, olvida todo el al acabar el año solar. En un momento concreto, todos los habitantes del pueblo están reunidos en torno a una hoguera, rodeados de sus familiares, de sus vecinos. Un instante después, se encuentran que están delante de un fuego, en un sitio que desconocen, con hombres, mujeres, niños, alrededor que no conocen de nada. Los ataques de pánico no son raros, y tienden a propagarse cuando todo el mundo se da cuenta que nadie entiende lo que sucede. Prohiben acercarse a nadie de fuera, para evitar que se aproveche de la situación.

Desde hace unos años, decidieron que la mejor forma de recuperar el ritmo normal de la vida, era dejando sus memorias por escrito, indicando sus lazos familiares, sus trabajos, cual era la casa que cada uno ocupaba. Tienen que dejar por escrito toda la información que pueden, pero tienen que no dejar demasiado, para evitar que el exceso de datos les sature al empezar el año y se acabe olvidando todo.

Sólo pusieron una regla: no se puede escribir nada negativo sobre otra persona. El olvido automático que sufren es, a la vez, un momento de perdón obligatorio entre todos ellos, un tratado de paz. Desaparecen las peleas, las rencillas personales, los odios. No quedan problemas enquistados entre ellos.

Son un pueblo castigado y bendecido. Jamás podrán avanzar hacia una cultura con unas posibilidades como la nuestra, pero tampoco acabarán con nuestra compleja sociedad, sus tensiones y sus falsedades.

A veces les envidio y quisiera, el uno de enero, poder olvidar todo y empezar de nuevo...