Así que los reyes magos, cuando recibieron su carta, no tuvieron más remedio que atenderla. Era una petición extraña, así que tuvieron que releer la carta varias veces. No había lugar dudas, y no podían culpar a la letra del crío, que se había tomado la molestia de escribirla con un ordenador. No podían equivocarse, pero iban a tener que remover cielo y tierra para conseguir lo que el chaval les había pedido.
Melchor recorrió todas las tiendas de la calle Serrano, pensando que en su exclusividad podría encontrar lo que buscaba. En todas se deshacían en halagos e intentaban venderle artículos de lujo, joyas excelsas, caras exquisiteces. Nada se parecía a lo que buscaba.
Gaspar, se fue a las tiendas humildes, a los bazares chinos que llenaban Madrid, a las jugueterías tradicionales, a las tiendas de segunda mano, a los todo a cien... La gente le miraba sorprendida, pero no era capaz de ayudarle, a pesar de lo que se esforzaban. Alguno cerró su tienda para acompañarle incluso en su periplo. Nada.
Baltasar siempre había sido el más avanzado de los tres, así que se quedó en casa, con el ordenador, recorriendo internet de un extremo al otro. Si algo puede encontrarse, si algo puede comprarse, alguien lo estaría vendiendo ya en internet, desde cualquier esquina del mundo. Varias páginas falsas después y decenas de ventanas de publicidad cerradas, la búsqueda seguía en su sitio inicial.
Con la noche de reyes ya demasiado cerca como para seguir dando palos de ciego, los reyes decidieron que sólo había una forma de saber lo que tenían que poner en la caja. Melchor se fue a hablar con los compañeros de clase del chaval, Gaspar con los niños del vecindario, Baltasar con sus primos.
Cuando el día de reyes el reloj dio las ocho, la hora a la que su madre le había autorizado a despertarse, el niño, ilusionado como pocas veces, corrió hacia el salón. Un grito brotó de su garganta cuando vio el enorme paquete que había llenando la mitad de la estancia. Era más alto que él, y llegaba casi de una pared a la otra. Una cinta caía tentandole a tirar de ella y abrirlo.
Eso hizo, y, mientras las paredes de cartón del paquete se desmoronaban, su verdadero regalo empezó a salir y felicitarle. De uno en uno, una larga fila de compañeros de su clase le abrazaban, bromeaban con él, le proponían juegos, detrás iban algunos de sus vecinos, e incluso dos de sus primos...
En el suelo, pisoteada por el tumulto, una nota: "Los amigos que querías. Disfrutalos" Firmado M., G. , B.
Los padres del resto de niños se levantaron preocupados cuando no vieron a sus hijos en casa, pero después, cuando escucharon la historia entera, entendieron que sus hijos habían hecho más de lo que ellos podrían encontrar nunca en un escaparate.
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