lunes, 11 de enero de 2010

Nieve

Nieva. La nieve va cubriendo las miserias de la ciudad, dejando un paisaje virginal, puro y cándido. Debajo, todo queda parado, inmutable, irresoluto. La ciudad queda tapada por esa blancura que recuerda a una falsa sonrisa de la naturaleza, que nos engaña coqueta. Muestra los copos, blancos, blandos, casi acogedores, pero oculta el hielo que empieza a formarse debajo y que no permite mantenerse en pie ni avanzar.

Nos quedamos embobados mirando desde la ventana como se congela todo nuestro mundo, admirándonos de la belleza que adquiere, de su elegancia, de la perfección que se alcanza cuando la espuma caída de las nubes lo va envolviendo. Barremos nuestro mundo debajo de esa alfombra y sonreímos. La realidad desaparece, todo mejora.

Curamos parcialmente la ciudad echando sal en sus heridas. Escuece, pero crea senderos practicables, feos, desagradables, pero la única forma que queda de poder ir a algún sitio. Andar por ellos no es trivial, pero no queda otra. Peor es pararse, quieto, y desaparecer lentamente entre la nieve, que no cesa.

Lleva nevando demasiado tiempo.


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