jueves, 7 de enero de 2010

Noche de reyes

La primera Navidad en la que sabía que los Reyes son los padres, en la que sabía que si no tenía lo que quería, sería por culpa de esos dos adultos que otros años habían culpado a esos tipos de los caramelos y los camellos. Había ido mirando en los armarios, en el trastero, en todos los sitios donde podría estar escondido lo que había pedido. Sin éxito, claro.

Así que, se fue a dormir, con esa mezcla de incertidumbre y ansiedad tan propia de la noche de reyes. Con ambos oídos atentos, afilados, pendientes de cualquier ruido. Nada. Sus padres se metieron en la cama, les oyó darse las buenas noches, apagar la luz, dormirse. Nada. Ruidos apagados de la calle, el ascensor, agua corriendo brevemente por una tubería. Ni la más mínima señal de que alguien se levantaba en su casa.

Se despertó horas después. La noche había sido intermitente y demasiado corta, pero ya era aceptable salir de la cama el día de reyes. Se quitó toda la ropa de cama de encima, saltó de la cama, abrió la puerta frenéticamente y corrió por el pasillo hacia el salón, donde se lanzó, sin mirar, hacia sus zapatos.

Se paró en seco. No había regalos en sus zapatos. De hecho, sólo había un zapato. ¿ Qué tipo de broma era ésta el día de reyes ? No tenía ninguna gracia que le hicieran esto. Y menos, cuando los zapatos de sus padres estaban totalmente cubiertos por paquetes de regalos, ¡casi de forma exagerada! Le faltó poco para empezar a romper los regalos de sus padres, pero primero quiso recuperar su zapato. No le gustaba que le tomaran el pelo, así que no iba a dejarles que lo hicieran.

Buscó por todo el salón, mirando debajo de los muebles, cerca de los regalos de sus padres, por los rincones. Ahí no estaba. Repasó su cuarto, aunque estaba seguro de haberlos llevado los dos antes de irse a dormir. En su cuarto no estaba, ni en el baño. Le quedaba por ver la habitación de sus padres, que seguían dormidos ( eso creía él ), o la cocina, las dos puertas que seguían cerradas en su hogar.

No pensaba ir donde sus padres. Ellos le habían gastado la jugarreta, no pensaba darles la satisfacción de aceptarlo. Así que fue a la cocina, con cuidado de no hacer ruido al abrir la puerta. La cerró tras de sí, despacio. Click. Ahora tenía que ver donde podía estar su zapato...

Cuando uno está cegado con una idea, su atención está tan focalizada que hay detalles que suceden alrededor que pasan totalmente desapercibidos. Había ruidos extraños en la cocina, el olor era distinto al habitual, había demasiados indicios de que algo estaba sucediendo en ese cuarto como para no darse cuenta. No se dio cuenta.

Así que empezó a buscar el calzado y, la verdad, es que el zapato casi le encontró a él. Lo vio, medio oculto detrás de la esquina que daba a la terraza, saludandole.  Sonrió de oreja a oreja, no le habían podido engañar mucho rato. Hacia el que se fue, despacio, ( click ), muy despacio. Agarró la parte que tenía visible y, al ir a recuperarlo, notó como éste se resistía a ser recuperado. Tiró con más fuerza, y, mientras veía todo su zapato aparecer detrás del rincón, vio como un cachorro de perro, casi un peluche, estaba mordiendolo fuertemente, casi obligado. Al verlo, soltó el zapato de golpe y oyó a su espalda, "Felices reyes magos, hijo".

Esas fueron las primeras navidades que recuerda que lloró, mientras el perro le lamía las lágrimas y daba vueltas alrededor de él, jugando como un loco.

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