Un paisaje arrasado y desolado a mi alrededor. Todo el espacio que mi vista abarca, es un infinito erial de polvo y desolación. Este es el monumento al progreso en el que hemos convertido al planeta. Recuerdo todos nuestros sueños pretéritos, los comparo con aquello que contemplo. Lloro. Es un engorro cuando llevas puesta la máscara que hace falta para respirar en la superficie.
Nadie tiene muy claro en que momento nos refugiamos en las cuevas. ¿ Fue durante las guerras nucleares ? ¿ Cuando dejó de haber agua fluyendo por los ríos y toda la vegetación se convirtió en un mero recuerdo ? ¿ Cuando las plantas al desaparecer dejaron de generar el oxígeno que necesitábamos ? La superficie se convirtió en una zona inhóspita, abandonada, donde nada se hacía y nada se esperaba. Los restos de la civilización los había extinguido el agresivo viento que las cada vez más habituales tormentas de arena levantaban. Nada vivo y pluricelular podrá vivir aquí hasta dentro de miles de años.
Habíamos quemado el planeta, habíamos extinguido millones de formas de vida. Somos unos pocos miles los que quedamos, viviendo de esta forma precaria y casi post-apocalíptica, meros supervivientes de una raza condenada. Hace siglos cometimos dos errores: nos olvidamos de preservar nuestro mundo y abandonamos la idea de colonizar ese mundo cercano, con posibilidades, que es la Tierra. Marte se nos murió entre las manos...
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