domingo, 28 de febrero de 2010

El fin del mundo

Ahora mismo, al mundo le queda media hora para acabarse. Hace meses que asumimos el desastre, después de que todos los intentos por evitarlo fueran baldíos. Nada va a quedar de nosotros, ni rastro del planeta, ni un superviviente. Todo el mal que podamos hacer, va a desaparecer de golpe, como el que mata a un mosquito de un manotazo. Algo así nos va a hacer el cosmos: paf. Y nada quedará o, lo que quede, nos dará igual, puesto que ya no estaremos aquí.

El último año ha sido de subsistencia: ¿ quién iba a seguir trabajando cuando el mundo iba a acabarse ? ¿ Quién iba a dedicarse a cualquier tarea rutinaria ?
En las películas siempre se representaba a todo el mundo viendo el fin del mundo por televisión. En la realidad, la televisión desapareció al principio. Es probable que algún periodista quisiera estar ahí, contarle al pueblo el final y sentir el orgullo de narrarlo, pero desde luego los técnicos no estaban ahí. Tampoco los encargados de mantener el suministro eléctrico, claro. Ni los policías que podrían haberlos obligado a trabajar. Nadie. Todo el mundo, poco a poco, se dio cuenta que trabajar para ganar un sueldo que nunca iba a poder gastarse no tenía sentido. Una vez los políticos anunciaron que no se podía hacer nada, el mundo se detuvo. Se perdió la esperanza y solo quedó pensar en como aprovechar los últimos meses.

Sí, hubo saqueos, nadie podía esperar otra cosa. Había que comer algo hasta que el mundo se acabara, y nadie iba a ponerse a cultivar para el resto. Recuerdo los saqueos, los disparos, las explosiones. Hubo muchos muertos. Los que sobrevivíamos nos alegrábamos cínicamente, porque eso significaba más comida disponible para nosotros. Hubo un momento en que esto también concluyó. Debía tener todo el mundo provisiones para el tiempo restante, así que seguir robando era innecesario. Aunque decir robando cuando no queda ley es algo exagerado.

Había violaciones, había pandillas dominando zonas, había mucho miedo en el ambiente, pero, poco a poco, fue desapareciendo. El miedo solo existe si hay un futuro por delante, y todo el planeta sabía que no lo había. Daba igual morir en ese momento que meses después, era inevitable. Así que las propias bandas se fueron disgregando. Los jefes se quedaron sin nadie a quien dar órdenes y, muchas veces, perecieron a manos de los que eran sus subalternos.

La anarquía inicial dio paso a un nuevo orden. Un orden sin reglas, pero basado en el respeto mutuo. Todos estábamos en el corredor de la muerte, no había mayor necesidad de fastidiarnos unos a otros. En cierto modo, la vida mejoró. Hubo una necesidad vital de mucha gente de cumplir sueños olvidados que se veían imposibles: viajes a otras partes del mundo, lecturas perdidas, paisajes añorados. Las carreteras se llenaron de gente que iba de un lado a otro, andando, a caballo, en coches hasta que se quedaban sin gasolina.

Además, hubo un nuevo sentimiento general, unas ganas de hacer fáciles nuestros últimos días. Hubo gente que decidió volcarse a los demás, actuar, cocinar, explicar la cultura clásica, hacer de guía turístico, enseñar a pintar…
El mundo volvió a convertirse en un sitio donde se podía vivir, aún sabiendo que la vida iba a extinguirse en breve, una hora y un día determinados.
Ahora, que hemos conseguido el planeta más humano posible, todo va a finalizar en treinta minutos. Todo el mundo está en la calle, abrazado, despidiéndose. Descorchando las últimas botellas guardadas para la ocasión.
Yo estoy en casa, haciendo lo que el último año. Intentar acabar este puzzle gigantesco. Odio al universo. No me va a dar tiempo a acabarlo.

sábado, 27 de febrero de 2010

Y más recuerdos ( y 2 y 3 )

Se despertaba cada día encontrando a su lado el hueco aún caliente de su marido. Iba a trabajar antes que ella, y se marchaba siempre sin despertarla, sin decirla adiós. La intranquilizaba cada mañana esa sensación de abandono. Cuando ella salía de la cama, él ya podía estar desayunando cerca del taller, lejos de ella. Hasta que no volvían a encontrarse en casa, rara vez se llamaban por el móvil. Se ignoraban todo el día, de forma que cuando se vieran por la noche no les fuera difícil seguir haciendolo.

Su familia, desde que nació el primero, habían sido sólo sus hijos. Por ellos se desvivía, se dejaba la piel y hacía el esfuerzo de escalar de un día al siguiente. Su madre la ayudaba, menos mal, pero las carreras que tenía que hacer para poder llegar desde el trabajo a recogerlos a la casa materna, luego llevarlos a casa y poder adecentarles a la vez que hacía la cena y limpiaba un poco, estaban acabando con ella. Tenía la sensación de que, cada día, un nuevo mechón de pelo se le encanecía.

Es verdad que hacía poco tiempo que era consciente de su situación, se había dejado llevar de un mes al siguiente, sin una alegría, sin una satisfacción, y así continuamente durante años. Sin darse cuenta que había un hueco dentro de su pecho, ganas de gritar, un vacío que la iba devorando y que sus hijos lograron apaciguar, pero no rellenar.

El desencadenante fue un coche una tarde de domingo. Lo recuerda vivamente, casi puede sentirlo pasar a su lado todavía. No recuerda donde fue, ni si iba sola o acompañada. Pero recuerda como esa fortuna motorizada se paró en su semáforo, a escasos metros de ella. Como ella, que iba a cruzar, se quedó parada en la acera, preguntandose si lo que tenía delante de sus ojos era correcto. El semáforo permitió seguir al coche, y ella le persiguió con la mirada. Un minuto, quizás, tiempo más que suficiente para que los recuerdos vinieran de golpe, como el torrente que había en su pueblo, detrás del caserío donde ella ayudaba algún fin de semana.

Recuerda el caserío. Ahora la gente pagaría encantada por dormir en él, con esa moda de los señoritos de ciudad de las casas rurales. Pero en esa época, apenas nadie se alojaba allí. Era un sitio mísero, frío, desolador. Lo habitual era que allí se quedaran a pasar la noche viajeros que estaban perdidos en mitad de su viaje, alguna pareja de un pueblo vecino que querían una noche bajo las mismas sábanas y no podían tenerla de forma legal, poco más. Nunca olvidaría al matrimonio que celebró allí su luna de miel. Se comentó durante meses en el pueblo, se les ridiculizó, se hicieron chistes sobre lo pobres que eran y lo poco que tenían que quererse para no haber hecho lo posible por pasar la mejor noche de su matrimonio en un sitio más decente. Alguno bromeó con que vivirían debajo de un puente o en una cueva. Ella lo hizo.

Y ahora, vueltas de la vida, allí estaban: dentro de un coche que posiblemente valiera más que todo el dinero que ella hubiera ganado nunca. Y con el vestuario, los gestos, los detalles de que el dinero para ellos hacía muchos años que no era un problema, sino una abundancia. Eran las mismas caras, unos lustros después, sí, totalmente reconocibles y, a la vez, totalmente cambiadas.

Ese día fue cuando algo dentro de ella, un pequeño hilo que la mantenía agarrada a sus engaños, se rompió. Comparó sus sueños cuando estaba en el pueblo y se venía a la ciudad, comparó su boda, comparó su vida. Y se vio atrapada por el tiempo, por su humildad, por los euros que había que ahorrar de cada sitio de formas cada vez más ocurrentes.

Se imaginaba dentro de ese coche, llegando a su mansión de ensueño, cayendo en un sofá después de un día de ocio, teniendo a su lado a un marido atento, enamorado, servicial. A alguien que la hubiera sacado del campo para llevarla a la gloria.

La realidad la devolvía a una vida desagradable y áspera, un monótono ir y venir, una lucha perdida contra la siguiente. Y un único camino a seguir que no llevaba a ninguna parte.

Ella se equivocó en algún momento. A veces deseaba haber pasado su luna de miel en la vieja casa. Quizás entonces su vida hubiera sido muy distinta. Quizás.

viernes, 26 de febrero de 2010

Y más recuerdos...

Le despertaban cada día los pasos del vecino del piso de arriba.
Resonaban en su cabeza minutos después de que éste hubiera salido de
casa. Él seguía, frustrado, debajo de la sábana, sepultado en su
almohada. Si no fueran los zapatos martilleando los que le sacaran de
su sueño, hubiera sido media hora más tarde el despertador. Nunca lo
oía sonar, lo apagaba siempre antes de que empezara. Quizás llevara
roto años.

Se arrastraba fuera de la cama, con cuidado de no despertar a su
mujer, que entraba a trabajar después de él. Tenían horarios
distintos, y cada uno en una punta de la ciudad. Ella se subía en un
autobús durante una hora, mientras que él hacía lo mismo en metro y
tren. Llevaban tiempo pensando en comprarse un coche, pero sus sueldos
no les permitían un coche nuevo, y el último coche usado que tuvieron
fue un conjunto de problemas con ruedas. Con ruedas desgastadas.

La ducha era siempre lo que le hacía recuperar el contacto con la
realidad. El agua caliente tardaba en llegar y, hasta que lo hacía, el
agua gélida iba despertando cada centímetro de su piel, torturándole
desde primera hora de la mañana. Se había acostumbrado a ese enjambre
de abejas cabreadas que le atacaban desde la alcachofa de la ducha,
casi lamentaba a veces que la temperatura volviera a ser agradable. Lo
consideraba un engaño: la vida no es agradable, la ducha no tiene que
serlo.

No desayunaba en casa, esperaba a llegar a la cafetería de al lado del
taller, para compartir el desayuno con el resto de compañeros. Sólo
abría la nevera para beber un trago de agua y quitarse la sequedad de
la garganta.

Salía de casa de noche durante diez meses al año, y la mayoría de
ellos, seguía siendo de noche cuando cambiaba del metro al tren. Había
decidido no competir por el premio de un asiento al subir al tren, así
que rara vez iba sentado. Se limitaba a estar de pie, con la mirada
perdida y la mente desconectada, rebotando de un pensamiento sin
importancia al siguiente. Dejándose llevar por los raíles de la
intrascendencia.

Bajaba del tren a la vez que otra miríada de sombras, que se repartían
por las cafeterías que les esperaban con oscuros cafés recién hechos y
bollería del día anterior, si había suerte. La mayoría de los días, se
hablaba de fútbol. Los restantes, de alguna desgracia. Cuando el frío
golpeaba inclementemente, los cafés se mezclaban con anís. O a veces
el alcohol reposaba al lado de la taza, en su propio vaso.

Él lo odiaba. No solía beber nada que no fuera vino o cerveza, y la
sensación del alcohol en su copa se le hacía ajena. Acababa cayendo en
el ritual, pero más por supervivencia que por placer. Traía demasiados
recuerdos a su cabeza.

Cuando cogía la copa e, instintivamente hacían el amago de brindar, ya
casi sin mirarse y apenas sabiendo con quien compartían mesa esa
mañana, su mente siempre se iba años atrás, a su boda. A ese lujoso y
ostentoso salón que habían pagado a precio de oro, donde había
doscientas personas vestidas con sus mejores galas enviándoles
abrazos, besos, gritándoles que se besaran. Lo poco que había podido
probar de la comida le había parecido maravilloso, casi celestial. Y
el vino parecía una bebida distinta a ese líquido rojo que servían
donde él solía comer. Esa copa de la cafetería le recordaba siempre a
ese momento en que él y su mujer se pusieron en pie, con la copa de
champán, y dieron las gracias a todos sus invitados. La felicidad era
absoluta, parecía infinita, prometedora.

Recuerda la noche de bodas, en un hotel donde el lujo era la norma y
no la excepción. El vuelo al otro lado del mundo. Las playas
cristalinas de una arena que parecían diamantes esparcidos por un dios
generoso.

Recuerda volver y toparse con la realidad. Con su trabajo de nueve a
seis en el taller, de esfuerzo en esfuerzo. Cambiar el agua en los
pies por la grasa en las manos. Los masajes incluidos en el precio del
hotel, por la sensación de agarrotamiento de diversos músculos. La
hamaca y el daiquiri, por la tele y un botellín de cerveza antes de la
cena.

Él tampoco podía quejarse demasiado: su mujer, aparte de trabajar, se
encargaba de los niños. Por suerte, su madre la ayudaba, recogiéndolos
del colegio. Pero ella, después del trabajo, tenía que ir a por ellos,
sacarles de casa de la abuela, llevarles a la suya, y asegurarse que
hacían los deberes y se duchaban mientras ella preparaba la cena.

El fin de semana era el momento de comprar en algún centro comercial
abarrotado de gente como ellos, vagando de tienda en tienda,
comparando precios en busca del ahorro máximo que hiciera más fácil
acabar ese mes y los siguientes.

Él, cada mañana que desayunaba delante de una copa, recordaba todo
eso, recordaba su boda, y se daba cuenta que, siendo pobre, la
felicidad era algo que podía saborearse efímeramente, pero no podía
disfrutarse de continuo. Ni su mujer ni él sabrían lo que era el
descanso, el trabajo bien pagado, una casa grande, no vivir pendiente
de cada euro. Y todo esto antes de que los hijos siquiera fueran
adolescentes y quisieran una paga que les permitiera emborracharse con
los amigos en algún callejón.

En cada copa, veía como los sueños de la boda se quedaban en eso, en
sueños. La realidad era más áspera que el regusto que dejaba el
alcohol en la garganta, abrasandola. Sólo quedaba trabajar, sobrevivir
y seguir echando la quiniela cada semana. Su esperanza eran esas
cruces en esas casillas. Realmente, no esperaba nada.

Llevaba años sin saber lo que era confiar en el futuro. Llevaba años
pensando que el futuro, directamente, no llegaría nunca.

A veces soñaba despierto que la vida valía la pena. Despertaba pronto.
Todo seguía siendo la misma mierda de siempre.

jueves, 25 de febrero de 2010

La riqueza olvidada ( y 2 )

( teclado ingles, lo siento! )

Que hace mi marido levantandose a estas horas? Es demasiado pronto para que entre a trabajar y ademas, lleva solo tres horas en la cama. Va hacia el salon, parece por sus pasos... Si, ha abierto un mueble. Debe estarse poniendo una copa, suena exactamente a eso. Votaria por whisky, dado que no se ha puesto hielos antes. Mas pasos y se enciende una luz. Ha abierto la nevera. Si, whisky definitivamente, lo esta reduciendo.

Deberia ir y beber algo con el? Seria el momento mas intimo que hemos tenido en meses. Desde su ascenso, su vida se ha convertido en una carrera que parece perder continuamente. Reuniones, viajes, informes, plazos, fechas... Un mundo que se le ha caido encima y que parece va a acabar por aplastarle. Confie en que eso solo fueran los primeros meses, la adaptacion al puesto, pero no, ha sido un continuo. Ni se me ocurre hablarle de vacaciones, ni de fines de semana alejados de todo. Se que se llevaria el portatil, que se sentiria culpable y trabajaria de madrugada.

Lo peor es que creo que ni siquiera es feliz. Lo noto cuando mira a los ninyos. Fija la mirada en ellos, aprendiendo sus facciones, memorizando sus gestos, como si fuera a pasar mucho tiempo hasta que pudiera verlos otra vez. Ellos le adoran, pero saben que no esta ahi. Ya han dejado de preguntarme si vendra a los partidos, a los conciertos, a jugar con los primos. Para ellos es casi un pariente lejano que viene, ocasionalmente, de visita.

Y para mi? Hay veces que le siento como un desconocido, con una vida paralela. Menos mal que tenemos los moviles y eso nos permite estar en contacto. Le noto agarrarse al telefono al otro lado, buscandome. Me envia mas besos a distancia de los que luego podemos darnos. Querria que estuviera mas conmigo, que me abrazara, que me besara... Necesito una noche de pasion cuanto antes, maldita sea. Ya casi ni me acuerdo lo que era clavarle las unyas y gritarle al oido... Pero le quiero, le quiero, le quiero...

Le quise cuando era un adolescente, cuando crecio y sus trajes tenian mas arreglos que un coche en la postguerra, cuando nos casamos sin tener ningun futuro por delante, cuando empezo a prosperar, cuando fuimos padres. Le quiero ahora, con locura. Si, porque sin locura no hay forma de querer a quien no esta presente.

A veces le veo todavia en nuestra boda, en aquella mierda de casa donde pasamos la luna de miel. Echo de menos todo lo que sentiamos entonces y quiero gritarle que mande tomar a tomar por saco, que dimita, que renuncie, que queme los trajes, trocee las corbatas, despedaze el portatil y el dichoso telefono que suena cada minuto con un correo nuevo. Quiero agarrarle de la mano y que corramos por los campos, veloces, olvidandonos de todo. Vendemos esta casa tan grande como sus ausencias y nos vamos los cuatro, al campo, a buscar un trabajo humilde en cualquier pueblo donde el tiempo no te persiga, sino que te aporte paz.

Pero ya viene a la cama, y no voy a perturbarle con mis ninyerias. No puedo pedirle que renuncie a su vida, a todo, por unos recuerdos mios del pasado, por querer poder besarle cada hora.

Me hago la dormida y el, a mi lado, vuelve a dormirse al minuto. Le beso, le acaricio el pelo y, me duermo pensando en todas las noches junto, respirando al lado del otro. Ojala los dias pudieramos compartirlos.

miércoles, 24 de febrero de 2010

La riqueza olvidada

Un día se despertó, después de una noche de horas extra en una semana en la que descansar era un accidente. Los últimos meses habían sido una carrera contrarreloj, de reunión en reunión, de plazo retrasado, a plazo que no iba a cumplirse. Un día de vacaciones en los últimos seis meses, y lo había usado para ir al hospital para acompañar a su hijo pequeño.

Seguía siendo de noche, apenas un hilo de luz se filtraba a través de las persianas. Salió de la cama y se fue al salón. Se sentía demasiado despejado para la hora que era y lo que llevaba en la cama. Aún podría dormir dos horas más si quería, pero su cuerpo no sentía la necesidad. Cogió una copa ancha, la botella de whisky de las grandes ocasiones y se sirvió una copa considerable. La rebajó en la cocina con un poco de agua mineral de la nevera. Volvió al salón y se sentó en el sofá, como un noble en su castillo.

A su alrededor tenía todos sus logros representados: el lujo era una constante, empezando en las propias dimensiones de la sala: había jugado partidos de fútbol sala en campos más pequeños. Todo eran maderas nobles, muebles a medida. Adornos de plata y cuadros de artistas de gran talento. Diablos, si incluso el whisky que se estaba bebiendo valía más de lo que cobraba mucha gente al mes. Sobre una de las mesas, su foto de bodas. Con su mujer, el amor de su vida. Estaba esplendida en la boda, y mira que el vestido no era ni siquiera suyo. En esos tiempos de juventud, todo era tan diferente… El dinero no existía, directamente. Sólo eran ellos dos y sus abrazos. Su hogar era una miseria, casi un chamizo. Menos mal que había conseguido darla este chalet y este nivel de vida. Era lo que ella se merecía.

Uno a cada lado de la foto de la boda estaban sus hijos. La parejita que siempre habían querido. Eran un sueño de críos: nobles, listos, deportistas. Ojalá tuviera tiempo para poder acompañarles a todas sus actividades. Valía la pena saber que podían hacer lo que querían, que su formación estaba siendo la correcta, que iban a ser felices, como sus padres.

Porque ellos eran felices. Lo tenían todo. Un gran trabajo, muy valorado y reconocido, con un sueldo astronómico. Sí, exigía muchas horas y viajes, pero ¿ cuál no ? Eso le permitía a ella cuidar de los niños tranquilamente, y llevar una vida relajada y feliz. Ya se encargaba la asistenta de las labores pesadas de la casa y el jardinero de arreglar el jardín cada martes. La casa soñada, buenos amigos, a los que él cada vez veía menos, pero sabía que estaban allí.

Sí, estaba satisfecho con la vida que había conseguido darle a su familia. Así que ¿ por qué estaba despierto a las tres de la mañana bebiendo whisky y dandole vueltas a las mismas ideas una y otra vez ?

Porque cada día era consciente de que en su vida sólo había un detalle que no encajaba: él mismo. Era rico, pero la única riqueza que aprovechaba era el coche para ir al trabajo y la cama donde caerse por la noche. Su mujer era un ángel al que apenas veía las alas al dormir y una cena esporádica de semana en semana. Hablaban más por móvil que en persona desde hacía meses.

Sus hijos… Casi les iba viendo crecer en las fotos que le enviaban por correo elctrónico. El último partido de fútbol al que había podido ir había sido ¿el año pasado? Los conciertos que daba su hija eran aún desconocidos para él, y ya llevaba dos años en la academia.

¿Valía la pena tanto trabajo, tanto sufrimiento, tantas horas extra? Se encontró con la foto de la boda en la mano, sacada en aquel pueblo perdido. No se habían podido permitir ni un convite para los amigos. Durmieron en lo que ahora se llamaría casa rural con encanto, y que era un mero caserón donde les alquilaron una habitación fría y poco amueblada. Dentro fueron infinitamente felices. ¿ Dónde había quedado eso ?

Recuerda como se levantó esa noche para ir al baño que estaba fuera de la habitación y como al volver y ver el sitio donde habían tenido que pasar su luna de miel se prometió hacer lo que fuera necesario para que ella tuviera una vida de ensueño y sin que nunca le faltara nada.

Recordandolo ahora, se arrepiente de no haberse incluido a sí mismo en la promesa de una vida mejor.

Se bebió lo que quedaba del whisky de un trago y se volvió a la cama. El día siguiente parecía que iba a ser complicado, otra vez.

Se durmió y soñó que, al despertar, volverían a estar en aquel pueblo, en aquella cama. Y la única promesa que habría sería la de quedarse allí, abrazados, hasta que el tiempo se los llevara por delante, envidioso. 

lunes, 22 de febrero de 2010

Entierros digitales

Me he colado en tu ordenador, he borrado mi dirección de correo de tu agenda. Uno a uno, he ido suprimiendo todos los correos en los que salía mi nombre. Borrar las fotos ha llevado más tiempo: tenía que saber si esa mano era la mía, o si ese que estaba de espaldas en la parada del autobús podía ser yo. En tu historial de navegación, he borrado las veces que entraste a mi blog o a cualquiera de mis páginas personales. No dudes que he eliminado, obviamente, el historial de nuestras conversaciones en los chats, aparte de haber dejado de ser amigo tuyo en todos y cada uno de ellos. En la carpeta de documentos, he buscado todo aquello que podía relacionarnos, y ha ido directo a una papelera de reciclaje que ya está vacía. Por suerte, sólo había un video en el que yo aparecía. Ya no existe.

En el interior de tu ordenador ya no queda ninguna traza de mi existencia, sólo huecos que serán fáciles de rellenar por cualquier otro. Es agotador desaparecer de una vida que se torna ajena de golpe.

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( Dedicado a la muerte de mi perfil de tuenti )

domingo, 21 de febrero de 2010

Frases cortas que no van a ningún sitio

Un día el cielo se derrumbará sobre nuestras cabezas, y veremos por fin lo que hay detrás de esa gran sábana azul que nos protege del frío del espacio y que nunca lavamos.

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¿ Que pensarán los vecinos de Clark Kent cuando ven el traje de Superman tendido a secar ?

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He decidido ahora que quiero beber para recordar todo lo que olvidé en las borracheras anteriores.

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Desde que las películas de vampiros han vuelto a la cartelera, el número de jerseys altos en las escuelas para ocultar chupetones ha aumentado exponencialmente.

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El hombre invisible existe. Soy yo cuando estoy a tu lado.

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La verdura de mi plato me ha hablado y me ha llamado asesino. Voy a volver a la carne, que prefería hablar de literatura clásica y no me reprochaba mis necesidades fisiológicas.

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jueves, 18 de febrero de 2010

Realidad 2.0

Lo único que me consuela de este mundo es que se que no es un experimento del siglo XXI, con sus decorados, sus actores y sus teorías sociológicas. Tal y como se desarrolla mi vida, el público ya habría hecho zapping y estaría viendo programas de teletienda de madrugada. Yo hay veces que deseo que lleguen los anuncios...

lunes, 15 de febrero de 2010

El amor y sus utopías

Estar los dos en ese rincón paradisiaco, aislados del mundo y sus torpezas, flotando enamorados como adolescentes. Los dos quietos, nuestros ojos fijos en los del otro, nuestras pupilas, clavadas en las del otro. Las manos unidas, inseparables, con un final indiscernible del comienzo de las otras. Olor a flores, a lago, a monte, a sueños posibles, a estrellas fugaces que aparecen de la nada para cumplir sus deseos.

Y en ese silencio, que sólo se rompe esporádicamente por el contacto de tus labios con los míos, me miras, juguetona, inquieta y hablas:"tengo que ir al baño"

La realidad vuelve, de golpe y en carrera. El hechizo se acaba y todo vuelve a ser esa discoteca, esas cuatro de la mañana de una ciudad cualquiera de provincias. Y tú te vas al baño mientras mis labios saben a esa última cerveza que te has tomado. Ojalá recuerde tu nombre cuando despierte mañana...

domingo, 14 de febrero de 2010

San Ballantaine's day

Tu amor se convirtió en un gato negro con las orejas blancas que, cada noche desde que te fuiste, se deslizaba por la terraza, se hacía hueco por la ventana entreabierta y se colaba en mi habitación, que tan bien conocía.

Verlo día tras día, me recordaba cual había sido nuestro gran problema: soy alérgico a los gatos...


miércoles, 10 de febrero de 2010

El borracho de la esquina

Sólo en la esquina de un bar. Quieto, muy quieto. Como una estatua en su silla, usando la mesa como punto de apoyo, únicamente, de un vaso de vino tinto. El último cigarro yacía mustio en el suelo, sin rastro ya de cenizas ni de humo.

Llevaba muerto varias horas en ese rincón, y nadie se había dado cuenta. Lo vieron al ir a cerrar el bar, cuando se dieron cuenta que, esa ocasión, no se había caído borracho al suelo, sino que su cuerpo presentaba una rigidez exagerada. Tan difícil era doblarle, que en vez de en un ataud, le enterraron en una cuba de vino.

Era vino blanco, nadie creyó que le hubiera gustado.

lunes, 8 de febrero de 2010

Aves de rapiña



El juez no pudo condenarme, el video de la feria lo dejaba bien claro: en el carrito que llevaba lo ponía bien claro: "Dosis mortal de veneno. Valorado en un millón de euros el frasco, ahora de forma gratuita". El mayor atentando contra la historia de este país no lo cometí yo, sino su egoísmo. La mitad del jurado tuvo que ser remplazado cuando decidieron probar las muestras.

viernes, 5 de febrero de 2010

Castigo

Un bote en Barcelona, en el que embarco. Embozado, cabizbajo, me cobijo en mi cabina. El rumbo es variable: arribamos a Brindisi un sabado. Bajo a beber. Me emborracho. En Libia, buenas embestidas en un burdel. Un sabio árabe me recibe en su establo. Es beduino. Una tibia bruma le recubre al hablar. Dibuja una ameba de ámbar que reverbera, embotando mi cabeza.

Me recobró en la ambulancia. Sobreviviré.

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¿ Tiene poco sentido, verdad ? Tiene más del que parece.
69 palabras. 39 de más de dos sílabas. 37 de ellas no son artículos. Todas incluyen la letra "b". Mi particular castigo por haberla cambiado por una "v" en la entrada del domingo pasado.

Gracias al corrector.

lunes, 1 de febrero de 2010

El área



Solo, de nuevo. Teniendo esa sensación, otra vez, de que la defensa ha desaparecido. Aún peor, que se ha convertido en el atacante, y ha sido ella la que te ha marcado el gol decisivo. El primero, que luego resultó ser uno de tantos.

A veces te quedas solo en ese área que es tu parcela del mundo, donde nadie más entra, más que las malas noticias que acabas sacando de la red, una a una.

Te conformas con no ser el último, sino ser uno más. Pero es imposible. Llevando los guantes nadie se acerca a darte la mano que necesitas para levantarte.