Un día se despertó, después de una noche de horas extra en una semana en la que descansar era un accidente. Los últimos meses habían sido una carrera contrarreloj, de reunión en reunión, de plazo retrasado, a plazo que no iba a cumplirse. Un día de vacaciones en los últimos seis meses, y lo había usado para ir al hospital para acompañar a su hijo pequeño.
Seguía siendo de noche, apenas un hilo de luz se filtraba a través de las persianas. Salió de la cama y se fue al salón. Se sentía demasiado despejado para la hora que era y lo que llevaba en la cama. Aún podría dormir dos horas más si quería, pero su cuerpo no sentía la necesidad. Cogió una copa ancha, la botella de whisky de las grandes ocasiones y se sirvió una copa considerable. La rebajó en la cocina con un poco de agua mineral de la nevera. Volvió al salón y se sentó en el sofá, como un noble en su castillo.
A su alrededor tenía todos sus logros representados: el lujo era una constante, empezando en las propias dimensiones de la sala: había jugado partidos de fútbol sala en campos más pequeños. Todo eran maderas nobles, muebles a medida. Adornos de plata y cuadros de artistas de gran talento. Diablos, si incluso el whisky que se estaba bebiendo valía más de lo que cobraba mucha gente al mes. Sobre una de las mesas, su foto de bodas. Con su mujer, el amor de su vida. Estaba esplendida en la boda, y mira que el vestido no era ni siquiera suyo. En esos tiempos de juventud, todo era tan diferente… El dinero no existía, directamente. Sólo eran ellos dos y sus abrazos. Su hogar era una miseria, casi un chamizo. Menos mal que había conseguido darla este chalet y este nivel de vida. Era lo que ella se merecía.
Uno a cada lado de la foto de la boda estaban sus hijos. La parejita que siempre habían querido. Eran un sueño de críos: nobles, listos, deportistas. Ojalá tuviera tiempo para poder acompañarles a todas sus actividades. Valía la pena saber que podían hacer lo que querían, que su formación estaba siendo la correcta, que iban a ser felices, como sus padres.
Porque ellos eran felices. Lo tenían todo. Un gran trabajo, muy valorado y reconocido, con un sueldo astronómico. Sí, exigía muchas horas y viajes, pero ¿ cuál no ? Eso le permitía a ella cuidar de los niños tranquilamente, y llevar una vida relajada y feliz. Ya se encargaba la asistenta de las labores pesadas de la casa y el jardinero de arreglar el jardín cada martes. La casa soñada, buenos amigos, a los que él cada vez veía menos, pero sabía que estaban allí.
Sí, estaba satisfecho con la vida que había conseguido darle a su familia. Así que ¿ por qué estaba despierto a las tres de la mañana bebiendo whisky y dandole vueltas a las mismas ideas una y otra vez ?
Porque cada día era consciente de que en su vida sólo había un detalle que no encajaba: él mismo. Era rico, pero la única riqueza que aprovechaba era el coche para ir al trabajo y la cama donde caerse por la noche. Su mujer era un ángel al que apenas veía las alas al dormir y una cena esporádica de semana en semana. Hablaban más por móvil que en persona desde hacía meses.
Sus hijos… Casi les iba viendo crecer en las fotos que le enviaban por correo elctrónico. El último partido de fútbol al que había podido ir había sido ¿el año pasado? Los conciertos que daba su hija eran aún desconocidos para él, y ya llevaba dos años en la academia.
¿Valía la pena tanto trabajo, tanto sufrimiento, tantas horas extra? Se encontró con la foto de la boda en la mano, sacada en aquel pueblo perdido. No se habían podido permitir ni un convite para los amigos. Durmieron en lo que ahora se llamaría casa rural con encanto, y que era un mero caserón donde les alquilaron una habitación fría y poco amueblada. Dentro fueron infinitamente felices. ¿ Dónde había quedado eso ?
Recuerda como se levantó esa noche para ir al baño que estaba fuera de la habitación y como al volver y ver el sitio donde habían tenido que pasar su luna de miel se prometió hacer lo que fuera necesario para que ella tuviera una vida de ensueño y sin que nunca le faltara nada.
Recordandolo ahora, se arrepiente de no haberse incluido a sí mismo en la promesa de una vida mejor.
Se bebió lo que quedaba del whisky de un trago y se volvió a la cama. El día siguiente parecía que iba a ser complicado, otra vez.
Se durmió y soñó que, al despertar, volverían a estar en aquel pueblo, en aquella cama. Y la única promesa que habría sería la de quedarse allí, abrazados, hasta que el tiempo se los llevara por delante, envidioso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario