Se despertaba cada día encontrando a su lado el hueco aún caliente de su marido. Iba a trabajar antes que ella, y se marchaba siempre sin despertarla, sin decirla adiós. La intranquilizaba cada mañana esa sensación de abandono. Cuando ella salía de la cama, él ya podía estar desayunando cerca del taller, lejos de ella. Hasta que no volvían a encontrarse en casa, rara vez se llamaban por el móvil. Se ignoraban todo el día, de forma que cuando se vieran por la noche no les fuera difícil seguir haciendolo.
Su familia, desde que nació el primero, habían sido sólo sus hijos. Por ellos se desvivía, se dejaba la piel y hacía el esfuerzo de escalar de un día al siguiente. Su madre la ayudaba, menos mal, pero las carreras que tenía que hacer para poder llegar desde el trabajo a recogerlos a la casa materna, luego llevarlos a casa y poder adecentarles a la vez que hacía la cena y limpiaba un poco, estaban acabando con ella. Tenía la sensación de que, cada día, un nuevo mechón de pelo se le encanecía.
Es verdad que hacía poco tiempo que era consciente de su situación, se había dejado llevar de un mes al siguiente, sin una alegría, sin una satisfacción, y así continuamente durante años. Sin darse cuenta que había un hueco dentro de su pecho, ganas de gritar, un vacío que la iba devorando y que sus hijos lograron apaciguar, pero no rellenar.
El desencadenante fue un coche una tarde de domingo. Lo recuerda vivamente, casi puede sentirlo pasar a su lado todavía. No recuerda donde fue, ni si iba sola o acompañada. Pero recuerda como esa fortuna motorizada se paró en su semáforo, a escasos metros de ella. Como ella, que iba a cruzar, se quedó parada en la acera, preguntandose si lo que tenía delante de sus ojos era correcto. El semáforo permitió seguir al coche, y ella le persiguió con la mirada. Un minuto, quizás, tiempo más que suficiente para que los recuerdos vinieran de golpe, como el torrente que había en su pueblo, detrás del caserío donde ella ayudaba algún fin de semana.
Recuerda el caserío. Ahora la gente pagaría encantada por dormir en él, con esa moda de los señoritos de ciudad de las casas rurales. Pero en esa época, apenas nadie se alojaba allí. Era un sitio mísero, frío, desolador. Lo habitual era que allí se quedaran a pasar la noche viajeros que estaban perdidos en mitad de su viaje, alguna pareja de un pueblo vecino que querían una noche bajo las mismas sábanas y no podían tenerla de forma legal, poco más. Nunca olvidaría al matrimonio que celebró allí su luna de miel. Se comentó durante meses en el pueblo, se les ridiculizó, se hicieron chistes sobre lo pobres que eran y lo poco que tenían que quererse para no haber hecho lo posible por pasar la mejor noche de su matrimonio en un sitio más decente. Alguno bromeó con que vivirían debajo de un puente o en una cueva. Ella lo hizo.
Y ahora, vueltas de la vida, allí estaban: dentro de un coche que posiblemente valiera más que todo el dinero que ella hubiera ganado nunca. Y con el vestuario, los gestos, los detalles de que el dinero para ellos hacía muchos años que no era un problema, sino una abundancia. Eran las mismas caras, unos lustros después, sí, totalmente reconocibles y, a la vez, totalmente cambiadas.
Ese día fue cuando algo dentro de ella, un pequeño hilo que la mantenía agarrada a sus engaños, se rompió. Comparó sus sueños cuando estaba en el pueblo y se venía a la ciudad, comparó su boda, comparó su vida. Y se vio atrapada por el tiempo, por su humildad, por los euros que había que ahorrar de cada sitio de formas cada vez más ocurrentes.
Se imaginaba dentro de ese coche, llegando a su mansión de ensueño, cayendo en un sofá después de un día de ocio, teniendo a su lado a un marido atento, enamorado, servicial. A alguien que la hubiera sacado del campo para llevarla a la gloria.
La realidad la devolvía a una vida desagradable y áspera, un monótono ir y venir, una lucha perdida contra la siguiente. Y un único camino a seguir que no llevaba a ninguna parte.
Ella se equivocó en algún momento. A veces deseaba haber pasado su luna de miel en la vieja casa. Quizás entonces su vida hubiera sido muy distinta. Quizás.
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