Un volcán, uno sólo, detiene el ritmo de la vieja Europa, que se queda congelada sin saber que hacer. Un país pequeño de la periferia, económicamente hundido, escasamente poblado, es el centro del caos que va camino de durar una semana.
Privamos a Europa de sus alas, y nos damos cuenta que ya no recordamos como arrastrarnos por el suelo, como atravesar caminos llenos de fango. Dejamos de viajar por el aire, y nos limitamos a intentar huir de donde estemos. Avanzar, avanzar, avanzar sin mirar atrás, sin darnos cuenta, sin percatarnos, que lo importante, siempre, es el camino.
Europa empezará asentirse unida con sucesos como este, desgracias comunes. Las guerras mundiales acercaron a los países que habían combatido en el mismo bando, forjando lazos de sangre. Ahora, son las crisis económicas las que unen nuestras desgracias, y la naturaleza las que nos recuerda lo iguales que somos en nuestra intrascendencia.
El volcán podría estar meses escupiendo ceniza al viento y nosotros, meses detenidos. Una nueva Pompeya sobre la ya parada Europa. Habrá que buscar otros caminos por donde seguir.
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