quedan rastros de ella. Reconocer las calles, adivinar las esquinas,
saber el camino antes de empezar a recorrerlo.
Recordar las mismas sillas con distintas caras, con caras difusas,
caras borrosas, caras que se fueron o no, caras que ya no están
compartiendo una nueva cerveza.
Ver de nuevo, que todo cambia y que la felicidad, de nuevo, queda
guardada dentro de una caja de hojaldres o entre los panecillos de una
tapa. O fotografiada, estática, en mitad de la noche. Ella sola,
peinandose.
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