Da igual lo que pensemos, las vacaciones siempre se acaban. Pueden durar una semana, un mes, o un fin de semana perdido en mitad de ninguna parte. Al final, volvemos al mismo sillón, a la misma ciudad, a prepararnos para la misma rutina que empezará en breve, inmisericorde.
El viaje ha sido húmedo en extremo. Demasiada lluvia, que nos dejó un Gante desfigurado y un Brujas visto entre los soportales, las capuchas y los paraguas. Resplandeció Lovaina, Se defendió Amberes, Bruselas tuvo su cal y su arena. Alguna foto hay ya subida en flickr, por si alguien quiere verlas. Desde facebook deberían salir los enlaces.
Una semana para dejar de dar vueltas a todo lo que es trabajo, una semana lejos de internet, siete días seguidos sin conexión, hecho histórico. El mundo ha seguido girando, sin dudarlo un instante. Pocas notas negativas en el viaje, quizás alguien me contradiga. Sí, los grupos grandes se mueven despacio, pero una vez uno es consciente de eso, y de que tampoco hay tanto que ver, dejarse llevar es agradable. Igual que compartir una cerveza distinta cada día, y un gofre que no deja de crecer en tamaño y componentes.
Ya hemos vuelto. Deshecho la maleta, lavado la porquería belga de la ropa. Nos queda lo de siempre: lo que dejamos aquí pendiente, que no es poco. La vida nos ha esperado. Y todo lo pendiente está aguardandonos, antes o después. Quién sabe, a lo mejor en septiembre se puede aprobar alguna asignatura pendiente este año...
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