Siempre me ha gustado la sensación de estar al margen.
Entre el griterío y el fluir de rostros, distingo unos ojos que, furtivamente, coinciden con los míos un segundo. Siento como quieren decirme algo, pero no encuentran la manera. A los míos les pasa lo mismo, y somos incapaces de comunicarnos en ese instante que nos ha concedido el frenesí circulante.
Sin ser consciente de cómo, los ojos desaparecen y vuelvo a quedarme ahí, solo, deseando saber que les hubiera gustado decirme, deseando saber qué haberles dicho.
El gentío vuelve a correr a mi alrededor. Sus miradas, vacías, sólo vigilan el suelo.
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