miércoles, 31 de marzo de 2010

La noche que se desata entre mis manos y tu cintura


Sí, la noche nos ha alcanzado otra vez en la calle, sin un rumbo fijo. Nada queda sino tu mano en la mía, guiandome por el laberinto en el que hemos vuelto a caer. Laberinto de besos, de pasiones incontroladas. Laberinto de pasiones, de errores que repetimos cada noche en brazos del otro. Laberinto del que buscamos sin cesar una salida que espero que no encontremos.

La luna nos mira desde lo alto, orgullosa. Ella sabe hacia donde nos dirigimos. Hay días que sonríe. Esta noche, se oculta periódicamente, avergonzada, detrás de alguna nube. Sabe lo que quiere decir que nuestras manos ya estén sudando, y que nuestras cinturas, cuando se rozan, cortan el viento.

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La columna de Trajano, con la estatua en la parte superior de, cómo no, San Pedro. No veían con buenos ojos los papas mantener las estatuas de los emperadores. La columna se mantuvo, si no recuerdo mal, porque un santo lloró y rezó por el alma del emperador, hasta que se creyó que había alcanzado el cielo. Así que el monumento, recordando sus éxitos de guerra, pasó a ser el de un cristiano.

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