vacía, como si simplemente fuera el sobre, mi dirección, tu nombre
escrito con tu impecable letra, el sello. No aparentaba que hubiera
nada más dentro. La abrí, expectante, deseando saber cuál era el
contenido que desde fuera no se adivinaba.
Dentro no había nada.
Te llamé, divertido con ese juego. Te pregunté qué me habías enviado,
si era un beso, una caricia, tu último pensamiento antes de
dormirte... No, dijiste, no, te he enviado todo lo que quedaba por
decirnos. Y colgaste.
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