Lo peor de una mudanza no es saber que algo va a romperse o perderse, o que luego no habrá forma de recolocar todo. Lo peor es ir abriendo esos cajones olvidados de los armarios donde el pasado se detuvo. Debajo de las capas de polvo, aparecen esos recuerdos de viajes que ya casi habíamos olvidado, esas fotografías con gente cuyo nombre ya ni recordamos, ese regalo que nos hicieron y pensábamos que siempre tendríamos encima de la mesa.
Uno se muda de un sitio a otro, pero, mientras lo hace, también acaba retrocediendo en el tiempo, y volviendo. El pasado acaba en una caja con destino a un trastero, esperando a ser abierta años después, en la siguiente mudanza.
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Y mira que no me he mudado jamás, pero hay ideas que le vienen a uno al hacer cosas similares.
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