La encontré hace años en un país lejano, en un pub frecuentado por gente a la que no le importaba el precio de las copas, sólo figurar y construir una red de contactos basada en la falsedad y la superficialidad. Yo llegué allí aún no recuerdo bien cómo, y acabé arrinconado contra las paredes, lejos de ese gran tumulto de porquería que se retorcía sobre sí misma sin necesidad de ningún escarabajo.
Detrás de una columna la vi por primera vez. Un cuadro, pequeño, con un punto rojo que quizás indicara que estaba vendido, no lo se. Puro arte. Líneas que llevaban de un sitio a otro, cumpliendo todas su función, sin faltar una, ni sobrar otra. Matices precisos, que emocionaban por su capacidad de reflejar lo que estaba allí pintado sin deformarlo de ninguna manera. Un realismo que involucraba emocionalmente en la obra sin que hubiera forma de plantearse cómo escapar. En la esquina inferior derecha, una firma. La misma que se repetía por todos los cuadros colgados de los muros, oculta detrás de collares de perlas ostentosos, ebriedades vergonzosas y hormonas disimuladas.
Recorrí el perímetro del lugar repetidas veces a lo largo de la velada, hasta que los cuadros se quedaron en mi memoria y la firma en mis anhelos. Deseaba poder encontrar al artista que pintaba así, admirarle, disfrutar aún más de su talento.
Pero la luz se encendió, las puertas se abrieron, y en vez de poder ver de nuevo los cuadros, vi el final de la noche, abrigos abrochandose y coches que arrancaban veloces hacia otro sitio donde acabar o donde seguir la fiesta. Me volví interpretando la firma en el viento nocturno, y me dormí trazandola sobre la almohada, acurrucando mi cabeza sobre ella.
Meses después, habiendo recorrido infructuosamente exposiciones, galerías de arte, foros de internet y todos los lugares donde esa firma pudiera aparecerseme de nuevo, estaba a punto de abandonar mi búsqueda sin sentido. El mundo estaba en mi contra, y el artista, o la artista, no parecían gozar del favor o la suerte que se merecían. Las puertas están abiertas para los que saben medrar y arrastrarse, pero para los que tienen dignidad y principios, muchas veces es hasta difícil encontrar un camino hacia adelante. Al menos es lo que el mundo parecía darme a entender con su actitud.
Así que cuando la encontré en un mercadillo dominical en un pequeño puesto al lado de mi ciudad natal, no pude menos que sorprenderme. Ya no eran cuadros, sino dibujos. Algunos bocetos, pocos carboncillos. No tenían el tiempo de trabajo que tenían antes, y a simple vista, podían parecer meras copias realizadas con demasiado apremio de obras mayores. Pero seguían teniendo un candor, una expresividad, que hacía que esos meros borradores, esos esbozos, tuvieran una fuerza que no podía tener la obra original de la que trataban.
Entre tanto boceto, un lienzo había, sí. El mar Mediterráneo. Firmado de nuevo en la esquina inferior izquierda. Un tema conocido, pero elaborado de forma diferente a la habitual. Diriase que el mar era más profundo, casi contenedor de unos dioses griegos y romanos que nunca se hubieran ido del todo. Una obra sencilla, una obra hechizante.
A la semana siguiente volví con dinero para poder comprar todas las obras, pero el puesto ya no estaba. Me dijeron que duró un mes escaso, sustituyendo las vacaciones de otro compañero. Otra vez que veía la firma, otra vez que la perdía. Supuse que para siempre.
¿ Por qué te cuento hoy esto tanto tiempo después ? Supongo que lo adivinarás. Hoy he vuelto a ver la firma en un cartel en un autobús. Un autobús que tengo que coger. Una firma que espero poder seguir viendo.
La vida, a veces, son esos pequeños detalles, esas alegrías inesperadas. Esa firma en un rincón de nuestra alma.
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