Después del fin de semana en que creo que he dado una de las mayores alegrías a mis padres apareciendo allí el viernes por sorpresa ( posiblemente, el mejor regalo que he hecho en mi vida, o al menos, el que más ilusión ha hecho ) ya estoy de nuevo por Madrid.
Podría hablar de mis días por allí, o de la selección española de baloncesto, qué grandes han sido ustedes, o del coñazo del viaje en bus, o de cosillas que tengo pendientes, de mil cosas. Pero el caso es que he llegado a casa cabreado y con un subidón de adrenalina. Me explico. Llegaba yo en el bus viendo como un tipo se había puesto a jugar a las adivinanzas con varios niños que había a su alrededor. Había varios negros, de estos con un pelo rizado chulo, chulo y que en la oscuridad cuando se reían sus dientes resplandecían. Mientras los veía, pensaba que con cosillas así es como los niños se dan cuenta de que son todos iguales, el racismo desaparece y el mundo es un lugar mejor. Una hora después, estoy en metro cuatro caminos, subiendo la escalera peldaño a peldaño porque la automática está rota. En esto, que mientras subo noto que mi bolso hace algo extraño, le echo un vistazo y, oh, curiosidades de la vida, hay una mano dentro medio tapada por un plano de metro. Me paro y suelto un grito, a la par que se me ha puesto una cara de mala hostia bastante considerable. El crío marroquí, me mira como diciendo que él no hace nada, que estoy loco. Para no hacer nada, mi bolsillo grande se ha abierto solo y la tapa se ha soltado sola. Por suerte, parece que no han querido robarme "The God Delusion", y que la cremallera ha protegido la cartera, porque aún no la habían abierto. El móvil estaba en mi bolsillo.
Así que mi segunda experiencia negativa con chavales marroquíes. La anoto. Tentador era haberle dado una patada y que se hubiera caido escaleras abajo. Más niños encantadores hacen falta, y menos cabrones.
( Mientras escribo, el Madrid gana la supercopa con dos jugadores menos. Vergüenza me daría ser del Valencia CF hoy ).
Podría hablar de mis días por allí, o de la selección española de baloncesto, qué grandes han sido ustedes, o del coñazo del viaje en bus, o de cosillas que tengo pendientes, de mil cosas. Pero el caso es que he llegado a casa cabreado y con un subidón de adrenalina. Me explico. Llegaba yo en el bus viendo como un tipo se había puesto a jugar a las adivinanzas con varios niños que había a su alrededor. Había varios negros, de estos con un pelo rizado chulo, chulo y que en la oscuridad cuando se reían sus dientes resplandecían. Mientras los veía, pensaba que con cosillas así es como los niños se dan cuenta de que son todos iguales, el racismo desaparece y el mundo es un lugar mejor. Una hora después, estoy en metro cuatro caminos, subiendo la escalera peldaño a peldaño porque la automática está rota. En esto, que mientras subo noto que mi bolso hace algo extraño, le echo un vistazo y, oh, curiosidades de la vida, hay una mano dentro medio tapada por un plano de metro. Me paro y suelto un grito, a la par que se me ha puesto una cara de mala hostia bastante considerable. El crío marroquí, me mira como diciendo que él no hace nada, que estoy loco. Para no hacer nada, mi bolsillo grande se ha abierto solo y la tapa se ha soltado sola. Por suerte, parece que no han querido robarme "The God Delusion", y que la cremallera ha protegido la cartera, porque aún no la habían abierto. El móvil estaba en mi bolsillo.
Así que mi segunda experiencia negativa con chavales marroquíes. La anoto. Tentador era haberle dado una patada y que se hubiera caido escaleras abajo. Más niños encantadores hacen falta, y menos cabrones.
( Mientras escribo, el Madrid gana la supercopa con dos jugadores menos. Vergüenza me daría ser del Valencia CF hoy ).
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