Por alguna razón extraña, he acabado en una librería inglesa que cierra a las doce de la noche en Paris. Muy chula y, como siempre que acabo en un sitio de estos, lugar de destino de parte de mi dinero. Sólo han sido cuatro libros por cuarenta y cuatro euros, que está bien. Siddartha de Herman Hesse, On the road, de Kerouac, Uno de Burroughs sobre sus contactos con la droga, Junk, y por último, Blood Meridian, de Cormac McCarthy. Prometen... Desde luego, cada libro vale más que la ensalada, que me ha costado lo mismo que uno de ellos. Hay veces que el valor y el precio son cosas muy distintas.
Ahora debería dormir, dormir, dormir... Y soñar que, debajo del edredón, estás tú, durmiendo con una sonrisa risueña, esperando que mis manos acaricien tu espalda. Soñar que mis dedos se deslizan por tu piel, despacio, más despacio, casi detenidos. Soñar que tu piel resbala por debajo suyo, dejando un escalofrío en ambos. Soñar que el sueño no acaba nunca y todo queda reducido a una piel y a otra piel, a unos dedos, a tu espalda impaciente. Soñar que todo es tan simple, tan fácil. Soñar que no es un sueño.
Mañana, el del lorito japonés...
Besos para ti que no lees esto, creo.
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