Entre las almohadas, debajo el montón de ropa arrugada, entre las toallas arrugadas que pueblan el suelo del baño. Entre dos coches, fugitiva. Cruzando la calle sin mirar ni a izquierda ni a derecha. En aquel restaurante coqueto de la plaza, justo en la mesa de la esquina. En la barra del bar donde las cervezas nunca están frías, pero son baratas. Bajando del autobús en mi parada y corriendo a un portal que abría un señor mayor con un sombrero de paja. En el parque, balanceandote en un columpio y después, leyendo un libro, por segunda vez, en el banco donde se sienta la señora que da de comer a las palomas. En el ascensor, en cada planta. Al abrir la puerta de casa, en el pasillo. En algún lugar más que se me olvida. En todo momento tengo la sensación de que vuelves a estar ahí. Instantes después, la certeza me recuerda que estoy solo.
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El mito es que España se para en agosto. Falso. Lo que se para en agosto es París, donde la mitad de los restaurantes cierra y la mitad de los trabajadores huyen. Eso sí, los que se quedan se encargan de que yo tenga cosas que hacer...
Iba a escribir algo distinto a lo de arriba, porque quería escribir, que ya tocaba. Pero a veces lo que uno escribe se va directo a la basura, que es más provechoso para el planeta. Al menos es corto.
Besosssssss.
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