Otro fin de semana más por Irlanda. Iba a hablar de la alegría que me causa ir para allá y estar con mi novia, y de lo bonito que es estar con ella viendo el eclipse, pero no. Gracias a Iberia, voy a cambiar un poco el enfoque. Para variar.
El vuelo son dos horas y media, lo que me supone que, según la teoría, debería haber estado 5 horas dentro del avión. Mentira. Media hora de retraso en la ida y cincuenta minutos de retraso en la vuelta. 80 minutos en un recorrido de 300. Un 25% de tiempo adicional de regalo. Algún día se preguntarán porque la gente prefiere el tren.
Lo mejor del fin de semana, y mi novia puede ratificarlo (si dice otra cosa miente), fue mi tortilla de patatas. La tercera que hago en vida y la primera que me sale bien. Como siempre, poniendo menos patata de la que indica Simone Ortega, que se pasa. Quizás algo corta de sal.
Para los que estén algo despistados siguiendo las aventuras y desventuras de mi novia por la tierra de los Leprechauns, ahora tiene unos días bastante completitos. Tiene un trabajo en una especie de work center 5 días a la semana, con el domingo y otro de descanso. Además, mientras vuelven de vacaciones los host fathers de la casa en la que se encuentra, ella la limpia y hace la comida a cambio de no pagar alquiler ni lavadora. Vamos, que no tiene un minuto libre.
Y si alguno va a preguntarme que cuando se vuelve, que ahorre tinta o saliva. No tengo la menor idea. Preguntádselo a ella directamente. Os dirá lo mismo que yo.
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