sábado, 31 de marzo de 2007

La Pepita

Ayer, después de cientos de miles de años, fui a la Pepita, sitio mítico que había oido citado miles de veces y que el azar me había privado de conocer.

La dinámica del sitio es bastante curiosa. Mientras que en cualquier otro bar de Madrid sabes que te van a atender en unos cinco minutos como máximo alguno de los tres camareros que hay al otro lado de la barra, aquí sabes que tienes que esperar. Y mucho.

Al llegar al sitio, Lara y Garate se fueron a ocupar y mantener una mesa, mientras que Iván y yo nos quedamos en la barra, confiando en que por un milagro celestial nos atendieran rápido. No sucedió. Cada cinco o diez minutos venía Lara a preguntarnos nuestro avance, y cada vez le respondíamos, "va bien". Y el caso es que al principio se lo creía, cuando seguíamos en una segunda fila que obviamente, no aportaba nada e indicaba que bastante tiempo tendría que pasar hasta que pudiéramos comer algo. La clave para que te hagan caso es el morro. Y lo que Iván y yo tenemos es una educación que nos impide colarnos y mentir como ratas para conseguir unas patatas bravas. Básicamente, el comportarse como gente civilizada nos situaba en un plano claramente inferior al resto de los allí presentes. Todos eran sabandijas curtidas en mil batallas y con años de piratería a las espaldas, a excepción de un grupo de chicas que llegaron después nuestro, pero que ya daban igual. ¿ Porqué la gente educada siempre llega cuando te da igual?

El caso es que, a lo tonto, pasaron 40 minutos de reloj entre comentarios y chanzas apoyados en esa barra que conoce al trapo únicamente de vista. Y pasado ese tiempo, nuestros dos amigos que estaban en una mesa vinieron para decirnos que llevábamos mucho tiempo allí, que nos fueramos a otro sitio. Los que están sentaditos tranquilamente (que no comodamente, que las sillas se las habían robado a unos niños de 1º de EGB), apremiándonos a abandonar lo que tan duramente habíamos conseguido: ser los siguientes ( o eso pensábamos). Obviamente, Iván y yo decidimos aguantar, que no es plan estar cuarenta minutitos en una barra para que en el último momento abandonemos cual Carlos Sainz. La espera valió la pena: en cinco minutos más ya teníamos las viandas que habíamos pedido y un puñado de palillos con los que comernoslas. Puñado escaso, que en caso de que se hubieran caido dos o tres palillos al suelo habría habido que luchar hasta la muerte por los restantes.

Debo decir que, aunque parezca una situación horrible el pasarse 45 minutos de pie en una barra para que te pongan una tortilla y unas bravas, a toro pasado lo recuerdo más bien como algo absurdo, pero como no paramos de decir cosas sin sentido, también divertido. Bastante más crispados andaban Gárate y Lara que nosotros. Pobrecitos.

Como posteriormente comprobamos, la clave es ir más tarde, que todo el mundo ya ha pedido y no tarda nada en atenderte la única señora que apunta los pedidos. Sí, este detalle no lo había comentado, pero solo hay una señora atendiendo, quejándose de todo y que de vez en cuando, se ponía delante nuestro a colocar vasos.

Sitio mítico, desde luego. Aunque no es recomendable para ir con prisa o con hambre. Pero esperar 45 minutitos en la barra es de esas experiencias que hay que vivir (aunque no tengo muy claro por qué).

1 comentario:

E.C.M. dijo...

solo comentar que la proxima vez me despierto a postear a las 5 de la manana para que no me pises los temas, traidor!!!!
ah, y ya sabes, bebe mucho zumo de tomate!!
Besitos de tu amable vecino.