Es cosa bien conocida en la infinita sabiduria popular que hay un bar en Madrid, en Prosperidad, donde los jueves se reunen los auténticos hombres en sus eternos duelos para demostrar su valor y su gallardía. Esos hombres son los que, cada cierto tiempo, establecen el reto máximo al valor en busca de la demostración máxima de heroismo: engullir un plato de pimientos del piquillo recien fritos.
Hay algunos que acaban su vano intento agarrados a un vaso de agua con hielo, intentando enfriar el ardor de su garganta. Hay otros que se desesperan: que beben bebidas cítricas carbonatadas, engullen toneladas de pan y acaban en el baño bebiéndose el agua del inodoro a cucharadas para poder apagar las llamas que notan en su boca. Otros simplemente lloran y sufren, sin saber qué hacer para acabar con el sufrimiento que notan y que les hace quejarse y gimotear como recien nacidos.
Entre todos los que concurren al duelo siempre la misma figura se alza victoriosa al final. Detrás de su barba y su infinita sabiduria, el auténtico macho español demuestra como se comen los pimientos. Como se aguanta el picor. Y como la clave de todo estriba en que sean otros los que se llevan los que piquen.
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