Siempre he sido un hombre de costumbres, creo que hacen más fácil la vida, más controlable. Irse a dormir a la misma hora, no cambiar nunca el despertador, realizar todos los días el mismo ritual en el baño... Llevo años desayunando en el mismo sitio, y cuando digo sitio, me refiero a la misma silla en la misma mesa en la misma cafetería. Habrá gente que considere que soy parte de la decoración, aunque nunca he sido muy estético. Años pidiendo el mismo café, con la misma tostada con mantequilla y mermelada de fresa.
Cuando uno tiene una rutina tan establecida, descubre las que tienen los demás. El grupo de la oficina de enfrente que sólo bajan los viernes, la madre que se toma un café mientras hace tiempo para dejar a su hijo en el colegio, la gente que llega a diferente hora cada día, pero siempre se va a la misma... Uno se siente a veces como un niño observando a las hormigas ir y venir sin aparente sentido.
Hay personas que tienen rutinas similares a la mía. Hay un jubilado que llega siempre dos minutos después que yo, agarra su periódico deportivo, y empieza a leerlo mientras lo comenta con el camarero, que según el día, le hace más o menos caso. El dueño del bar es metódico hasta el mínimo detalle. Siempre los mismos movimientos en el mismo orden, la misma pauta que llevo años funcionandole y ni se ha planteado cambiar nunca. Por último, está la mujer que se sienta en la mesa de al lado de la mía. Llega unos minutos más tarde que yo, en el punto álgido de la mañana, lo que hace que no siempre esté esa mesa libre y tenga que ir cambiando de sitio por el bar.
Hoy es uno de esos días en los que el bar está más lleno de lo habitual. Suelen ser los lunes, en los que la gente no desayuna en casa porque prefiere dormitar cinco minutos más. Curiosamente, hoy es martes y está más lleno que ayer. El jubilado acaba de sentarse y ya ha empezado a leer el periódico, mientras el camarero, al que no le ha pedido nada, le pone su café de cada día. Dos personas salen y, antes de que se cierre la puerta, entra la mujer que antes mencioné. Echa una mirada por el bar buscando asiento, pero no hay mesas libres. Me temo que hoy desayunará de pie. Bajo la cabeza hacia mi tostada, y mientras abro el paquetito de la mantequilla, oigo una voz que me pregunta: ¿ Perdona, puedo sentarme en esta mesa ? Sí, es ella. Respondo afirmativamente, claro, y acerco un poco mi desayuno, que estaba desparramado por la mesa. Ella me sonríe, hace un gesto al camarero, saca un pequeño cuaderno de notas y se dedica a ojearlo mientras espera a que le sirvan su desayuno.
Es extraño compartir mesa con alguien después de tanto tiempo desayunando solo. Normalmente en mi mesa los platos y las tazas están siempre en el mismo lugar, y hoy hay un bolso en una esquina y un cuadernito que nunca antes habían estado. Las hojas de dicha libreta se ven llenas de anotaciones, de notas, de comentarios. De frases deslabazadas. Hay algún dibujo entre medias que las completa, que simula ser el cemento dentro de ese caos de ideas que parecen acumularse por esas páginas. Mientras va pasando las hojas se sonríe, con unos ojos vivaces que parecen sorprenderse al encontrar algunas de las frases, como si no hubiera esperado que estuvieran allí y el cuaderno fuera de otra persona. Tiene una sonrisa bonita, para que negarlo. Unos labios pequeños, finos, que parecen dibujados a lápiz sobre su blanca piel.
Si me hubieran preguntado ayer, no habría sabido describir a esta mujer. No habría sabido ubicarle una edad, ni casi un color de pelo. Lo más probable es que ella a mi tampoco. Somos dos personas que se ven a diario y nunca hemos reparado el uno en el otro. Normal por su parte, extraño por la mía. En alguna mirada fugaz y disimulada, estoy viendo una de esas caras que nunca deben olvidarse, con unos ojos que se rien y brillan intensamente, irradiando vida. Se que la estoy observando sin poder partar mi mirada. Ahora la estoy mirando a los ojos, directamente, mientras ella sigue pasando páginas adelante y atrás de su cuaderno. Es un bello paisaje para un martes por la mañana.
El camarero rompe el momento trayendo el café y un bollo para mi compañera. Ella cierra el cuaderno con cuidado, mientras yo me quedo casi paralizado sin saber como reaccionar. Por un momento nuestros ojos se encuentran, ella me sonríe y lo único que acierto a decir es un tímido "que aproveche". Ella asiente, dandome las gracias en silencio mientras yo vuelvo a seguir engullendo mi tostada, que para entonces ya está más fría de lo deseable. El caso es que tampoco es algo que me preocupe hoy, podría no desayunar y sentirme reconfortado.
Vuelvo a las miradas fugaces, a saborear con la mirada su boca mientras mordisquea despacio el bollo. Recorro su rostro una y otra vez, aprendiendo el sitio de cada peca, de cada lunar. Deslizo mi vista por su pelo, acariciandolo. Acabo el recorrido en esas manos que por alguna razón que no controlo querría sostener y no soltar nunca más.
Sus manos se mueven gráciles, acompasadas. Dejan una pequeña porción del dulce sobre el plato, rodean la taza de café, la llevan a la boca y poco a poco, van vertiendolo por esa boca para que vaya bajando por el interior de ese cuello largo y firme. Dejan la taza en su platito, y la mano derecha, ella sola, coge una servilleta. La lleva de nuevo al rostro para limpiarse esa boca que aún manchada levemente sigue siendo imposible dejar de disfrutarla. La mano derecha deja la servilleta arrugada y coge el bolso, del que la izquierda saca un monedero. Escarba la derecha en su interior, y tras varios intentos de monedas erróneas, parece encontrar la suma correcta. La deja encima de la mesa, cierra el monedero y luego el bolso.
La veo levantarse, la miro, se despide con un hasta mañana.
¿ Cómo es posible no darse cuenta a veces de lo que tenemos delante ? ¿ Cómo puedo no haber reparado antes en esa llama tan viva, en esos ojos que esconden sueños, en esas manos que cobijan tantas caricias ? Estamos tan acostumbrados a buscar imposibles en la lejanía que no nos damos cuenta a veces de las valiosas sorpresas que están al lado nuestro.
Solo espero que mañana el bar esté igual de lleno y tenga que volver a sentarse en mi mesa.
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