Maslow tenía razón, pero lo que no dijo es que somos todos imbéciles y egoistas. La piramide de las necesidades debería ser como las egipcias, algo social, no individual. Una sociedad en la que desaparece el trabajo más rápido que los sueños de adolescencia, en la que el paro asola el paisaje, no debería permitir que sus miembros perdieran energías en sueños vacuos, en amores trágicos, en llantos por penas que no aportan nada. La sociedad debería funcionar como una máquina perfecta, sus engranajes, sus miembros, deberían priorizar el bien común sobre el individual.
Y si alguien se cree que he escrito eso, que me lo diga... El error no es de Maslow, que lo es, que lo único que nos demostró es que, con cuantas más necesidades cubiertas tengamos más difícil será ser feliz. El error es nuestro que no nos damos cuenta que podemos soñar sin hacer nada, pero no podemos conseguir que los sueños se cumplan si no arrimamos todos el hombro, si no nos comprometemos.
Absurdas pirámides, absurdo Maslow y absurda felicidad, que sólo vale para recordarnos, día sí, día también, que no la hemos alcanzado.
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