Ya estoy de vuelta en España, en mi querida casita y listo para dormir en una cama en la que la almohada no tiene el mismo tamaño que una tostada. Y además, en una habitación con persiana. Definitivamente, el tener o no persianas es lo que diferencia los paises civilizados del resto.
Finalmente, en París he trabajado bastantes horas, como era de esperar, pero haciendo poco que no hubiera podido hacer en Madrid. Por desgracia, ese poco es lo que hace que estuviera allí.
Hoy he hecho lo que siempre he criticado de la gente en los buffets del desayuno: comer como un cerdo al que van a sacrificar al día siguiente. Bacon, salchichas, quesos, miles de bollos... Si no he comido cuatro veces más de lo que desayuno habitualmente estaría bastante sorprendido. Además, luego en la comida me he tomado una ensalada de pato confitado que también era gigantesca, por lo que hoy he crecido como persona.
La noticia buena del día es que Iberia ha decidido que hoy sí me tocaba llegar a la hora, lo cual me ha sorprendido más que si me tocara el gordo de la lotería. Y además he conocido el aeropuerto de Orly, que es un aeropuerto bien diseñado (comparado con Barajas, que lo diseño alguien a quien habían extirpado el cerebro y cambiado por un plátano a medio degluitr). En los carteles te indican que puedes estar 45 minutos antes para facturar, y 30 minutos antes para embarcar. Comparado con los 150 minutos que recomiendan en la terminal 4 es un gran avance. Por desgracia, como no conocía bien el aeropuerto no he pasado a la sala VIP, a la que tenía derecho porque viajaba en Business. Es lo que tiene sacar los billetes la semana de antes, que no quedan más que los caros.
Business es la clase en la que, en los vuelos no transoceánicos te dan una comida que las hay mejores en el McDonalds y te dejan libre el sitio intermedio de cada 3. Así que por medio asiento y una cena muy flojita te cobran siete u ocho veces más. Lógico. La cena, que indican diseñada por Sergi Arola, no vale nada. No te hace vomitar, pero la relación calidad/precio es insultante. Tiene cosas graciosas, como que te indiquen que hay un plato de quesos españoles y lo único que hay es un trozo de President (que debe de ser de Soria y no lo sabía nadie hasta hoy). O que te den cubiertos de metal, con los que podrías secuestrar el avión y comenzar la tercera guerra mundial. Pero en general es todo de un pijo que es casi insultante. La que volaba a mi lado, una francesa que conoció la infancia de Petain, ha pedido para beber champagne. Y en el revistero se incluye una revista para gente atiborrada de dinero que, lógicamente, no se ofrece en clase pobre, digo turista. Si alguna vez tengo una empresa en business no vuela ninguno, a menos que sea al otro lado del charco. Vaya forma más absurda de sacar los cuartos a las empresas que se dejan.
Por cierto, tres grandes detalles de mi hotel de, recordemos, 4 estrellas: una hora de internet en la habitación son 6 euros (he estado en albergues de 15 euros la habitación que era gratis), me ha llamado a las 7:20 el servicio de habitaciones (que podían haber llamado a su p^/%&$ madre) y luego mientras me vestía ha llamado a la puerta la del servicio de habitaciones. Si tienen prisa, que esperen, que mi empresa no ha pagado una pasta para que me azucen como si fuera ganado.
Por Madrid, para variar, llovía, así que ha habido que salir (no, no hay lógica en esa conclusión). Unos cócteles en el Impass y un buen rato sentados en sus sofás. Conversación acerca de un posile viaje en Mayo a Berlín (ciudad decidida porque la camarera era de allí) y, como cada poco tiempo, de batallitas del colegio. Hablaremos de nuestras batallitas hasta que podamos hablar de las de nuestros hijos.
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