Compré el billete por una única razón: era lo más lejos que podía irme por ese precio. Tenía que alejarme durante una temporada, recomponerme. Nuestra relación se había convertido en una maqueta del sistema solar, donde tú eras el sol, en el centro, grandiosa, brillante, derrochando energía. Yo, en una esquina, apartado, era Plutón. Me habían quitado el rango de planeta y ya no era más que una piedra que giraba en torno a ti por inercia, condenado eternamente en una órbita sin sentido.
Quería volver a sentirme persona, a sentirme valioso, a sentirme yo mismo. Por eso me subí a este avión, por eso pedí ventanilla. Para al sobrevolar tu casa poder decirte adiós, hacerme esa última demostración de valor.
Mi maleta, encima de mi cabeza, encima de esa mascarilla que ha aparecido ahora delante nuestro, es una colección de recuerdos inconexos. Un libro que compartimos, una foto de una noche paseando para bajarnos la borrachera por mitad de un parque. Una carta que me escribiste. Una carta que nunca te di pero tampoco me atreví a romper.
Respirar con la mascarilla es incómodo, sensación que se agrava con la desagradable sensación que se queda en el estómago cuando se pierde altura a gran velocidad. Subir hasta el cielo para caer en picado... Qué metafórico. Saltar de nube en nube, como los cuadros de los ángeles, tocando arpas y liras. La felicidad celestial, un marco idílico. Lástima que no tuviéramos alas, como ellos, y que en un momento dado tropezamos. La caída desde tan alto duele.
La gente reza, encomendandose a un dios que parece haber ya decidido su destino por ellos. Otros, confían en que el capitán tenga un as en la manga. Yo me imagino al capitán rezando, esperando un milagro de última hora que le permita recordar esta noche. Nuestro cerebro nos hace siempre albergar un poco de esperanza. Confía en que lo de debajo deje de ser el mar y se convierta en un colchón gigante, donde mecerse como hicimos tantas noches.
El fuselaje golpea el agua. La violencia del impacto lo desgarra. Mis entrañas se mezclan con diversos hierros, cables, y la mesilla en la que cené ( mal ). Mi alma, por suerte, no despegó. Se quedará a tu lado para siempre.
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