jueves, 2 de octubre de 2008

Escocia, día 4

Tocaba dejar las islas Orkney, que como curiosidad tienen su propia bandera y la exhiben con orgullo. ¿ nacionalistas dentro de Escocia ? Curioso, cuanto menos.

La primera parada del día era en el nido de las águilas, una curiosidad difícil de encuadrar en una categoría. Básicamente, un granjero se encontró un túmulo neolítico en su propiedad, y otra construcción extraña, que no quedaba claro si era casa, taller, o lugar de reunión. Pidió ayuda, pero para cuando llegaron los expertos, el hombre estaba harto y ya había excavado el parte, con cuidado y cariño, eso sí. En su casa montó un pequeño museo-taller, que ahora llevaban sus hijas. Águilas había, porque habían incluso grabado un documental por la zona.




Al túmulo se entraba de rodillas, o tumbado en un carrito estilo la gran evasión. Dentro quedaban algunos cráneos, protegidos detrás de un cristal, claro. La otra construcción estaba a cielo abierto. Un bonito paseo hasta llegar, ciertamente.

Desde allí, una pequeña parada antes del coger el ferry de vuelta, en el que ya renunciamos a ver el mar y nos quedamos sentados comiendo tranquilamente. Recuerdo que tomé algo con beans, pero no me pregunteis exactamente el qué.



Costa este de Escocia para abajo, viendo a lo lejos las plataformas petrolíferas del mar del norte. Polémicas por que el dinero se reparte por todo el Reino Unido, por lo visto y los nacionalistas quieren quedarselo, claro.

En su orilla paramos dos veces. La primera, para ver Whaligoe Steps. Una escalera de 365 escalones que llevaba al mar y por la que las mujeres bajaban mercancías y subían pescado hace tiempo. La escalera estaba bastante cuidada por otro pintoresco hombre que estaba allí y que nos contó toda la historia. Otra de esas personas apasionadas por su trabajo.

La segunda parada la hicimos en un pueblo que quedó abandonado a principios del siglo pasado, Badrea. Una lástima cuando te cuentan la historia de esta gente que fue poco a poco presionada para que abandonaran sus pueblos para meter más ovejas y que no les quedó más que irse a las ciudades o a América. Los habitantes de este sitio, que llegaron a Nueva Zelanda, erigieron un monumento a posteriori para recordar el que había sido su lugar de origen.

Más autobús con alguna breve parada. El cielo estaba cubierto, pero seguía sin llover.



Y llegamos al sitio más espectacular para dormir, bastante recomendado por mi guía de Lonely Planet: un castillo que ahora es albergue juvenil. Sí, lo he puesto bien. Así que que íbamos a pasar la noche en un castillo, rodeado de bosques y ríos durante el atardecer y el anochecer. Mi cámara de fotos se emocionó pensando en las fotillos que podría sacar. El problema es que se emocionó tanto que la batería se gastó. Bueno, lo bueno de llevar dos baterías, que pones la siguiente y sigues. Claro, que cuando descubres que la otra también está descargada ( cuando prometo haberla cargado ), te das cuenta que te quedas sin fotillos y no queda sino aprovechar la poca bateria que te queda y hacer lo mejor que puedas.





Cenamos nachos y tacos, y luego, a beber en uno de los múltiples salones de ese castillo que, como no, tenía su fantasma. Ruidos de viento y de murciélagos que volaban fuera la verdad es que podían hacer que alguien con miedo se asustara fácilmente a poco que se le presionara. Por cierto, no vale la pena que probéis una bebida de ron con piña colada de 4 grados del Tesco. Se bebe sola, no aporta nada y ni siquiera es un buen zumo de piña. Debería haber recurrido al breezer de 750 ml.

Mi primera noche en un castillo con fantasma pasó sin sustos. Ni siquiera me enteré de si alguien roncaba o no en la habitación. El fantasma pudo entrar y bailar claqué.

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