miércoles, 15 de octubre de 2008

Relato - Suicidio

Siempre me han puesto muy nervioso los suicidas que dudan, mucho más si lo hacen en público. Normalmente un suicida es un cobarde que tiene un momento de tal presión que desemboca en un arranque de valor extremo. Alguien que se sube a un balcón y no salta, no ha llegado a tener ese momento de valor. Está deseando que aparezca alguien y le detenga. Quiere vivir, pero no se atreve a reconocerlo. Es fácil querer mentirse a uno mismo, es difícil aceptarse por completo.

Odio a esa gente que se agarra a la cornisa y espera a que lleguen los bomberos y la policía. Lo aborrezco. Así que verme en esa situación me resultaba extraño. Claro, que más raro debía ser para mis vecinos verme ahí colgado mientras paseaban a sus perros o volvían de la compra. Alguno me señalaba, reconociéndome. Algún niño me saludaba, pensando quizás que lo mío era un número de acrobacia. Y yo lo único que hacía era esperar a que llegara la policía, sin moverme por si acaso me caía antes de tiempo, deseando echar un buen trago de whisky ( Ballantines, un Ballantines con coca cola, sin duda ).

Tardaron un rato, pero parece que alguien les había avisado. Si llego a saber que tengo que esperar tanto, les habría llamado antes de salir. Claro, que eso me hubiera quitado credibilidad. Quedaba ver como actuaban, cuanto tardaría en subir alguno y asomarse por alguna ventana cercana. Ahora alejaban a los curiosos y despejaban la calle, posiblemente esperando a que llegaran los bomberos. Creo que era la primera vez en mi vida que conseguía la atención de tanta gente. Casi me sentía orgulloso. Daban ganas de dar un discurso: "Españoles..." Hubiera quedado bastante tapado por las sirenas de los bomberos, que primero se adivinaron, luego se oyeron claramente y finalmente se vieron. Para ese entonces los bomberos casi ya habían montado una colchoneta gigante. Una diligencia admirable para montar una atracción de feria a la que saltar era bastante atractivo.

Mientras me planteaba si dejarme caer en ese colchón gigante y poner fin a la farsa que tenía montada, una cabeza asomó por la que era la ventana del salón. Lo primero que pensé al ver a un individuo allí era que me debían haber destrozado la puerta para entrar, y que eso seguro que no lo pagaba el seguro. Me iba a acabar saliendo cara la tontería del suicidio.

- Voy a saltar - le dije.
- Espero que no - me respondió - dejaría un borrón en mi hoja de servicios.
- No se preocupe, diré que no ha sido culpa suya. Puedo fingir un tropiezo mientras simulo que entro de nuevo en mi casa.
- Se notaría bastante. No tienes pinta de buen actor.
- Nunca lo he sido, la verdad. Seguro que acababa haciendo un gran ridículo y convirtiendome en una estrella de youtube: "El suicida imbécil", o algo similar.
- ¿ No puedo hacer nada para convencerte de que no saltes?
- Puedo concederte unos minutos. Aunque tendrás que hacerme un favor.
- Creo que me pagan por eso, por hacerte favores para que no saltes.
- Ballantines. Ballantines con Coca Cola. En vaso ancho.
- Concedido.

El caso es que no se movió, seguía en la ventana, con medio cuerpo fuera, vigilándome. Yo le miraba con amplia curiosidad, esperando que desapareciera para prepararme mi bebida, pero ahí seguía, mirándome con una sonrisa irónica en la boca. Unos minutos después en silencio, sacó un vaso que me acercó. No cometí el error de suicida principiante de acercarme para cogerlo y haberle permitido agarrarme, sino que le hice dejarlo en la cornisa a la máxima distancia que el alcanzaba y luego lo acerqué hacia mi con el pie, con cuidado, lentamente.

Diez minutos después, no quedaban más que los hielos en el vaso, y en mi la tentación de tirarlo sobre la colchoneta de debajo para ver si se rompía o no el cristal. Mi sentido común, ese que me tenía subido a una cornisa, decidió que era mejor dejar el vaso en mi casa, así que se lo lancé a mi interlocutor, que aprovechó para seguir hablandome.

- ¿ Nos tomamos el siguiente viendo la tele ?
( Iba a resultar hasta simpático el hombre )
- No creo que pongan nada que valga la pena, la verdad. Beber viendo culebrones es algo triste.
- Más triste es saltar al vacío, ¿ no ?
( vale, me había pillado )
- Sí, mas triste es, desde luego. Pero no voy a volver adentro. Tengo mis motivos.
- Aún no has saltado, lo que quiere decir que hay una parte de ti que sabe que esos motivos pueden arreglarse. Estoy aquí para echarte una mano.
- Aún no he saltado porque soy un cobarde. Yo no puedo arreglar ya nada.
- No he dicho que lo arregles tú. Podría intentar arreglarlo yo.
- Tú no puedes arreglar nada.
- Pues dime el teléfono de quien pueda arreglarlo.
- No vendrá.
- Ella vendrá.
- ¿ Ella ?
- Apostaría que es una ella. Siempre es una ella. Casi diría que si no es una ella, y es un él, salto yo.
- Es una ella. Ella es la única que puede resolver mi problema.

Le di el número, convencido de que vendría, que era lo que yo había querido desde el principio. Estaba allí fuera, asustando a las viejecillas, sólo para que ella viniera y acabara con esta tontería. Estaba haciendo lo único que podía hacer para que ella hiciera lo que yo quería. Sí, podía ser exagerado. Podía ser inmaduro. Pero no había otra alternativa.

Al rato llegó ella. La vi bajarse de un coche de policía, que habría ido a recogerla y la habría abierto paso por medio Madrid, atronando las calles a su paso. En cuanto cerró la puerta, me buscó. Había odio en su mirada. Un odio profundo. Se notaba claramente que sabía porqué había montado ese numerito. Agarró su bolso con fuerza y se metió en el portal, casi sin dar tiempo a que los agentes la escoltaran. Antes de que yo pudiera reaccionar, ya sentí sus pasos por la entrada, por el pasillo, por el salón. El negociador la detuvo un segundo, y la intentó hablar en un tono que yo no oyera:
- Dice que usted es la única que puede resolver sus problemas. ¿ Usted cree que puede convencerle de que no salte ?
- Yo le garantizo que no va a saltar, que su problema va a quedar resuelto en ese alfeizar.
- ¿ Segura ?
- Segura. Quedese en el salón y en unos minutos todo habrá acabado.
( ¿ en unos minutos ? Va a sobrarla tiempo )

Su cabeza asomó por la ventanilla, luego su torso, finalmente sus piernas. Se puso de pie a mi lado, miró hacia abajo, me miró de nuevo con odio, esta vez, combinado con algo de pena. No dijo nada, y yo tampoco. Abrió su bolso, sacó una pistola y me voló la cabeza. Mi cuerpo cayó sobre la colchoneta mientras mis sesos manchaban la pared.

Ella guardó el revolver, volvió al salón de la casa ahora sin dueño y se dispuso a irse ante la atónita mirada de los policias.
- ¿ Se puede saber que ha hecho ahí fuera ?
- Lo que usted me ha pedido, que resolviera su problema. Era un cobarde.

( Tenía razón )

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