miércoles, 1 de agosto de 2007

Vivir, morir, tal vez soñar

Bueno, esta mañana nuestra pontevedresa favorita ha abandonado la
capital y se ha vuelto hacia Galicia. En el aeropuerto la hemos dejado
llena de bolsas con colonias, bombones y demás regalos de unos padres
agradecidos por haber cuidado bien a sus hijos. Un beso enorme desde
aquí si lees esto. Sabes donde estamos y que nos vamos a ver en breve.

Dicho así, la cosa parece sencilla, pero rebobinando empieza todo a
ponerse en perspectiva: Ayer amanecí a las 6:45, como siempre, para ir
a trabajar. A las 8:00 en el curro, salir a las 18:00 para ir a
comprar vituallas en la fiesta piscinera organizada por la mujer que
siempre gana. Allí, hasta las 3:30 de la noche.
Alguien podría pensar que aquí fuimos a dormir. Error. Error grave.
En ese momento, en vez de ir a descansar como los hombres de bien,
acabamos en casa de la que iba a ser la chofer, hablando durante toda
la noche. Bueno, miento, dormimos uno quince minutos. Sí, hijos míos,
quince minutos de sueño antes de una jornada de trabajo. Si sobrevivo
al día de hoy, exijo un monumento. O una cama mullidita. O ambas
cosas.

Si es que me lían, maldición.

Así que a las siete de la mañana, hacia el aeropuerto, a mi querida
T4, esquivando los peajes. Luego, menos mal que la amable chófer me ha
acercado al trabajo, porque podría haber muerto tranquilamente en caso
contrario. Volver a casa va a ser hoy una hazaña, conseguir no
dormirme en los transportes, un milagro.

Respecto a la fiesta piscinera, momentos muy divertidos, con gente
vestida en el agua, mucha comida, juegos de mesa y perros intentando
devorar los calcetines de cualquiera. También hubo momentos extraños,
y momentos que dejaron un sabor agridulce. Un buen resumen de lo que
viene a ser la vida.

De nuevo, suerte a la que se va a Galicia. Y siendo día uno de agosto,
felicidades a los "·$%& que tengan vacaciones. Hoy os odio más que
nunca.

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