martes, 23 de junio de 2009

Recorriendo en círculos la distancia que nos separa

Dicen que cuando uno deja de crecer empieza a hacerse viejo, y no se refiere la frase a crecer en estatura. Crecer es aprender, experimentar, ir dibujando arrugas en el rostro y en el alma, irse llevando cicatrices de las que no han supuesto sangre, pero sí han dejado herida.

A los doce años, uno es feliz. Casi veinte años después ( para algunos ), ser feliz es un objetivo, una meta. Veinte años después, me sigo sintiendo igual de cómodo, igual de contento con los dos amigos con los que he estado este fin de semana en Münich. 

De vernos todo agosto a todas horas, a vernos una vez al año, a veces dos. Y seguir contandonos batallas, como el primer día, discutiendo de lo divino y de lo humano, metiéndonos los unos con los otros, como buenos españoles. 

Tantos recuerdos de Benicasim, tantos años pasados. Niños, adolescentes, jóvenes, adultos. Cada vez con menos pelo, más tripa, menos vergüenza. Los mismos, a fin de cuentas.

Divago... 

Un beso para todos, hoy, sobre todo, para aquellos con los que he compartido un poco de Benicasim. Gracias. A algunos se les echa de menos... 

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