Hubo una época en la que tenía que dejar la luz encendida al irme a dormir. Estaba convencido de que si no lo hacía así, mi cuerpo iba a cambiar, a desfigurarse. No me tapaba ni con mantas ni con sábanas, sino que me quedaba encima del colchón, seguro de poder ver cualquier perturbación que mi organismo decidiera hacer por la noche. Llegué incluso a colocar un espejo al lado de la cama, para poder vigilar mi rostro. Pasé así muchos meses.
¿ Por qué me sucedió ésto ? Nunca lo tuve muy claro. Supongo que cuando todo lo que te rodea se derrumba, desde lo más insignificante, esperas que ese cambio, ese hundimiento sea generalizado. Si se rompe el coche, taponan las tuberías, discutes con tus amigos ( con todos tus amigos a la vez, lo que era meritorio ), te abandona tu pareja ( sí, por uno de los amigos con los que había discutido ), tu trabajo pende de un hilo... ¿ Por qué no vas a esperar un derrumbe físico en algún momento ? Esperaba despertarme un día totalmente calvo, o con el pelo de un blanco albino. Quizás arrugado hasta extremos que fuera difícil distinguir cuando estaba sonriendo y cuando llorando. O con unas articulaciones anquilosadas, que se negaran a doblarse como lo habían estado haciendo hasta la noche anterior.
Poco a poco, fui asumiendo que nada iba a cambiar en mi físico. Sí, el mundo se había derrumbado a mi alrededor, mi entorno era una sucesión de escombros, pero mi cuerpo, fortaleza absurda, había aguantado todos los embates. No me quedaba ni un céntimo en el banco, mi casa era una extraña mezcla entre vacío y escombrera, el número de personas con las que me hablaba fuera de mi oxidado trabajo era digamos que bastante bajo, pero mi salud aún era ejemplar, mi físico aceptable para mi edad y mi estado de envejecimiento, normal.
Así que una noche ya pude apagar la luz, meterme debajo de la sábana y dormir como llevaba meses sin hacer.
Al día siguiente desperté convertido en una mujer. No era fea, debo reconocerlo, y no tenía mal cuerpo. Hubiera intentado entablar conversación conmigo mismo de haberme encontrado en un bar mientras era hombre, lo cual hubiera sido problemático, porque aparte de no haberme aguantado nunca a mi mismo, hubiera supuesto que si la relación fructificaba, los hijos hubieran sido genéticamente iguales a nosotros.
Fue un día interesante, he de reconocerlo. Dale a un hombre dos tetas y podrá estar entretenido horas y horas. Reconozco que soy simple, sí, pero cualquiera en mi lugar hubiera hecho lo mismo.
Fui a dormir esa noche sin tener muy claro que podría suceder ni qué me gustaría que ocurriese. Mi vida anterior no tenía sentido intentar retormarla, dado que el punto de partida estaba condenado. Empezar de nuevo, como una mujer desconocida podría tener un cierto sentido, podría ser una nueva oportunidad que la naturaleza, irónica, me había dado.
Cuando desperté mesandome el bigote, supe que la naturaleza no me daba otra oportunidad, sino que decidía jugar conmigo, como un conejillo de indias que tiene que encontrar la salida de su laberinto. Y, no, yo no era Perseo.
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