miércoles, 13 de mayo de 2009

papeles que en el suelo acaban

Escribir a mano no me estaba reportando mucha satisfacción. Me estaba saliendo bastante caro, y lo único que estaba consiguiendo era una pila de papeles arrugados que parecían querer formar un muñeco de nieve. Las palabras que tenían escritas, negras, parecían una extraña sangre que se escapara de la figura, como si muriera por no poder llegar a nacer. Algo así como el libro que estaba intentando escribir.

Tenía un único problema: el protagonista. Cada vez que contaba una anécdota, cada vez que se esbozaba un pensamiento, era manifiesta su falta de carisma. Era contar la historia de un tipo gris, de un extra de tercera fila de una película. En una obra moderna, posiblemente fuera sustituido por efectos especiales.

No había forma de cogerle cariño, ni siquiera llegaba a dar pena. Era por momentos petulante, a veces cargante. Era extraño pensar que un personaje así pudiera tener amigos auténticos alrededor, y parecía claro que, según avanzara el libro, iba a acabar solo, y a nadie iba a importarle. Hacía daño de forma inconsciente, y no aportaba nada de valor a su micromundo, al planeta o a la literatura.

Era un romantico, no, un idealista, no... un gilipollas. Sí, esa era la palabra exacta. Estaba escribiendo la vida de un auténtico gilipollas que no iba a importarle a nadie.

Joder, vaya mierda de autobiografía que me estaba quedando!

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Hoy no entiendo nada, nada, nada... Haciendo repasos mentales... Nada...

Vale, ahora sí lo entiendo. Y soy un gilipollas. Muy apropiado lo que había escrito antes. Perdón desde aquí. Sí, era sobre ti ( en su mayor parte ). Y sí, me pasé tres pueblos. Mil perdones. Tarde y mal, pero borrado queda.

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