sábado, 2 de mayo de 2009

transcripciones

Hay personas que escriben porque tienen algo que contarle al mundo. Yo no, a mi es el mundo el que me cuenta lo que le apetece, al que la vida le sorprende, a veces para bien, a veces para mal. Escuchas historias que en tu cabeza pensabas que son totalmente distintas y piensas que no puedes asumir nada, que todo puede dar un giro de tuerca más. También sonríes, porque la vida te lo permite. Te llenas de orgullo con esas personas que se lo ganan, en un aula, en un banco con un cuaderno, en una vida sin miedo. Y sufres, cuando alguien a quien quieres, transmite esa sensación de sufrimiento, de estar en una burbuja mientras el mundo está pasando furioso a su alrededor. No lo merece.

Millones de personas con varias historias cada una. Dramas, miserias, dolores y amores, que a veces vienen a ser lo mismo, y otras ni se acercan. Fotos de las que querrías eliminar a una persona, fotos que sólo valen la pena porque sale una persona. Encuentros inesperados, encuentros esperados. Vinos, cervezas, música que gime. Madrid dando vueltas al ritmo de un metro atestado donde todo el mundo está estudiando al resto, dicen, o leyendo. 

Y al final, todos, acabamos el día dentro de la cama, en pijama, en ropa interior, desnudos, solos, acompañados. Cuando la luz se apaga, nos enfrentamos a nosotros mismos, a la vida que llevamos. Nos quedamos en lo superficial, o todas las noches, al cerrar los ojos, medio planeta lloraría desconsoladamente sobre la almohada. El otro medio, aturdido, no entendería nada. 

Hace tiempo que se perdió la comunicación, que nos convertimos en seres individuales, aislados, solitarios. La familia desapareció, los amigos se alejaron, dios dejó de existir, dicen. Nos enfrentamos a nuestra singularidad, a ser distintos del resto. Solos nacimos, solos morimos. Solos no sabemos vivir, pero es como acaba siempre el cuento. El suicidio en grupo, respuesta al miedo de perecer sin nadie al lado que nos indique qué hacer después, si hay un después. La muerte no es el final, pero se parece bastante.

Si podemos predecir los movimientos de todas las partículas del universo, si se pueden determinar físicamente sus posiciones futuras, el libre albedrío será una patraña. Sólo seremos piezas de dominó hábilmente dispuestas, que caen obedeciendo a un impuso inicial que se perdió en el tiempo y el espacio. El día que Heissemberg deje de dar incertidumbre, la vida habrá perdido su sentido.

Dejemonos la piel, mientras, en cada instante. Porque al menos, aunque todo sea en vano, parezca que valga la pena. El mundo tendrá sus leyes. Inventemonos las nuestras.

( No veo nada de sentido en lo anterior, pero así ha salido, así queda, pero no pega con lo siguiente, así que este paréntesis sirve como pausa dramática, como espigón que delimita dos playas. No hay olas. )

Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.

También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las demás,
ridículas.

Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas.

Pero, al fin y al cabo,
sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor
sí que son
ridículas.

Quién me diera en el tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas.

La verdad es que hoy mis recuerdos
de esas cartas de amor
sí que son
ridículos.

(Todas las palabras esdrújulas,
como los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente
ridículas).


Pessoa.

Besos a ti, a ti, a ti, y también a ti. A ti un abrazo, a ti un sueño que te reconcilie con el mundo. A ti te echo de menos por aquí... 

2 comentarios:

sophie dijo...

siempre hay gente que escribe, y siempre hay alguien que escucha. incluso en el obligado silencio del vacío

vatos dijo...

Hay gente que me agrada especialmente que escuche :) A ver si encuentro algo de rato esta semana y te escribo un mail...
Un beso!