El aire de la mañana. El libro que nos acompaña en el metro. La cabezada en el autobús. Una sonrisa que se nos escapa con una frase que le oímos a otro pasajero. Las primeras anécdotas del día con los compañeros de trabajo. Un escollo que resolvemos. La reunión donde vemos por donde vamos. El azúcar del café. La reunión donde comprobamos que hay gente con ideas brillantes. El sol de mediodía al ir a comer. Una sopa caliente en invierno, un gazpacho en verano. Un flan casero de huevo. La espuma del café. La sensación de bienestar de después de comer. Los problemas que se encuentran con su solución correspondiente. El reloj que indica la hora de salir. La cabezada en el autobús.
El paseo mientras atardece hasta casa. El sonido a descanso de las llaves en la cerradura. Quitarse los zapatos y tumbarse con un buen libro. Una frase que se queda reverberando en nuestra cabeza. Una sensación dibujada con palabras. El olor de la tinta del periódico. Un artículo bien construido. Abrir la nevera y decidir la cena. Cocinar. Comerse lo que uno mismo ha cocinado. Encender el ordenador y conectarse a internet. El mundo, inconmensurable, que nos rodea. Los correos electrónicos que acercan a la gente. una conversación, aunque sea breve. Una foto. Una canción.
Deshacer la cama y encajarse dentro. Abrazar la almohada. Cerrar los ojos y sentir que el día ha valido la pena.
Como ejercicio para el lector, se recomienda que, si su sensación un día al irse a dormir difiere de la escrita, se plantee remediarlo para días posteriores.
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