Por circunstancias que no viene al caso contar, tuve que buscar unas fotos antiguas, de esas que se hacían en papel y que abultaban al guardarlas. Fotos como la que ha publicado ECM en su blog, en la que por suerte no salgo.
El caso es que todas mis fotos, que tampoco es que sean demasiadas, están guardadas juntas en un cajón, dentro de los sobres en los que te las daban en la tienda, junto a sus negativos. En ese cajón, además de las fotos, tengo la que ha sido mi correspondencia personal recibida a lo largo de mi vida. Decenas de cartas, escritas en su mayoría desde distintos lugares de la geografía española.
Es duro recorrer esas cartas. Primero porque hay cartas de la que ha sido mi novia durante tanto tiempo, y aún lees alguna, y aún ves que no supiste estar a la altura en varios aspectos. Y segundo, porque la mayoría de esas cartas son de gente a la que no volveré a ver ni a escribir, gente con la que he tenido alguna de las mejores relación de amistad que he mantenido en mi vida. Son cartas que encierran un fracaso mío detrás, una demostración de mi falta de habilidad para haber mantenido unas relaciones que me encantaban y que me hacían la vida más fácil y más feliz. Son cartas en las que te das cuenta que has ido perdiendo a demasiadas personas a lo largo del camino, que podías haber tenido a otro grupo de gente genial alrededor, pero que fuiste incapaz de hacer nada por retenerlos.
Al final volvemos siempre a lo mismo, es el esfuerzo lo que va a acabar recompensandote, no dejarte llevar por el oleaje.
Lástima que para todas esas cartas ya sea tarde.
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