Un año más hemos sobrevivido al cóctel de la empresa, lo cual no parece difícil a priori, pero luego la cosa se va complicando y complicando...
Al principio todo consiste en dedicarse a buscar alimento, porque parece que hay poco. Luego sobra, sí, pero al principio uno se abalanza sobre las paellas en que llevan arroz negro, ideal para manchar corbatas, o un arroz con verduras. O sobre la ternera que están cortando un poco más allá. Poco a poco, no solo consigues matar el hambre, sino que paseando encuentras mesas en las que descubres multitud de manjares a los que nadie se ha acercado. Deben ser que cerca estuvo algún jefazo con el que nadie quiso relacionarse.
Bien, estás lleno de comida, te rebosa, y es cuando el problema cambia. Necesitas líquido, mojar el gaznate. Recuerdas una coca cola aguada que te tomaste al llegar, y desde entonces no has vuelto a ver camareros llevando líquidos. Bueno, mentira. Los viste cuando comías arroz y una mano sujetaba el plato y la otra el tenedor. Así que ahora todo se reduce a buscar algo de bebida que no sea cerveza, que parece que es lo único que aparece ocasionalmente. Encima, sabes que todo el mundo está igual, que en cuanto aparece una bandeja se abalanza sobre ella un enjambre de sedientos que no dejan nada encima de ella. De hecho, acabas no bebiendo más que la primera coca cola, y sorbete de limón, que sacan hacia el final y consigues coger dos. Está fresquito, dulce, y entra fácil. Suficiente para aguantar sin deshidratarte un rato más, hasta que abran la barra libre que ya están montando en ambos extremos de la sala.
Coincidiendo con la barra libre, empieza a verse movimiento. Va a empezar el discurso corporativo, sí, y no hay forma de escaquearse. Confiemos en que nos pongan la primera copa antes de que empiece para facilitar todo el proceso. Hay suerte, y ya tenemos un pampero con coca cola en nuestras manos mientras la oradora, con su escasa capacidad para hablar en público, recorre los tópicos esperados y esperables, entrega las placas de los diez años en la empresa y concluye, casi a la vez que nuestra primera copa. Habrá que ir a por la segunda, que la sirve un camarero loco. Su teoría es que una copa es mejor cuanto más alcohol tenga, y que el refresco lo único que tiene que hacer es dar color. Lo aplica a rajatabla, y apenas caben dos dedos de coca cola en el vaso. Diez minutos después, y después de haber puesto aún más coca cola para mitigar lo cargado que iba el copazo, la copa queda abandonada en una mesa. Un brebaje imbebible que no es que sepa a rayos, es que es aún peor.
Mientras los compañeros de curro siguen bebiendo copas al sprint, en una competición que solo lleva a acabar vomitando debajo de una mesa, aparece el simpático del grupo utilizando sus habilidades sociales para picar durante toda la noche con las cuatro bellas mujeres de la fiesta y de la empresa. Sí, tres son de recursos humanos. El pobre gastará todas sus fichas en vano, pero por intentarlo que no quede. Mientras tanto, pasas al Cacique, por variar la marca del ron. Por supuesto, servido en la otra barra, donde el camarero, si acaso, peca de tacaño. Ni que se lo fueran a descontar del sueldo. Descubres una de las grandes alegrías de la noche, las bandejas con leche frita, que hacen que puedas beber mucho más de lo que van a poder servirte. Qué gran manjar.
Con tu tercera copa, ya ves que tus compañeros te están metiendo una distancia considerable, y que los efectos son palpables. Empiezan a mostrar problemas de equilibrio, lentitud en la comprensión, dicción inexistente. Vamos, que están borrachos como cubas. Muy graciosos, eso sí, pero con una melopea considerable. Encima, cuando piden alcohol el camarero se lo sirce a partir de copas que la gente ha ido dejando por la barra, dejando claro que ya les toman por borrachos terminales. Su orgullo les impide beberselo, pero lo harán después. cuando cierre la barra libre. Esto sucede cerca de las dos de la mañana, donde no es que dejen de servir alcohol, es que desmontan entero el chiringuito en tres segundos.
Buscar otro sitio toca, amigo Sancho. Se decide usar el único criterio válido en este tipo de situaciones, seguir al grupo de mujeres que están buenas. Logramos descubrir donde van, que aprece buena alternativa. Anterior Chesterfield Cafe, ahora Star Café. 10 euros la entrada, 1 el ropero, otro para los que dejan el paraguas. Tercer y último ron distinto de la noche, Habana ( me suena que es con v, dudo, dudo). Hasta las cinco de la mañana, que es lo máximo que se puede aguantar si se quieren dormir dos horitas. Se baila, porque la gente ya está bastante desinhibida gracias a la barra libre anterior y las nuevas copas que caen, que alguno supera las diez tranquilamente entre toda la noche. Al final, se mezcla sueño, alcohol, risas, bailes y queda una mezcla divertida, para que negarlo. Las pobres mozas son asediadas continuamente, aunque también llevan un nivel de sangre en el alcohol bajo, así que tampoco parece importarlas demasiado ese acoso que nunca dejan concluya en derribo. Se las ve curtidas en mil batallas.
Cuando abandonas para ir a casa, aún queda gente. A alguno lo encuentras al día siguiente en el curro, con cara de fantasma, la misma ropa que la noche anterior, y sabiendo que esta noche no va a salir, porque su cuerpo no se lo permite ni con suerte.
Buena fiesta, pardiez, valió la pena.
Las fotos, a pedirselas al maestro armero, que sale gente en todas ellas que no lee esto y no creo que le guste aparecer por aquí sin saberlo. Aunque como finalmente acaben colgadas en una cuenta pública de Flickr, habrá enlaces.
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