Llegó el primer día siendo el alumno nuevo, y se sentó, con su jersey de rayas, en la primera fila. Apenas se atrevió a mirar a sus compañeros, y lo único que dijo en ese primer día fue su nombre cuando le pregunto la profesora: "Tomás". El resto de ese día, de esa semana, lo pasó mirando a la pizarra en clase y al infinito en el recreo, sin atreverse a integrarse con nadie. Cuando le preguntaban algo en el aula, casi de forma inmediata, bajaba la cabeza, se ponía rojo, no respondía. A veces garabateaba algo en un papel. A las pocas semanas, los profesores se convencieron de lo absurdo de preguntarle. Sus compañeros, entre tanto, le ignoraban. Los gamberros le hicieron algunas bromas al principio, pero su indiferencia les desmotivó. No se atrevía a protestar, a pedir ayuda. Era un pelele, avergonzado de sí mismo por alguna razón, atemorizado del resto de la especie humana.
Sus escenas de vestuario, cubriendo su desnudez mientras otros la alardeaban, eran aún más llamativas. Pronto todo el mundo se acostumbró, pero parecía querer esconderse y que nadie pudiera ver dentro de su caparazón.
Al año siguiente lo cambiaron de colegio, por un amigo de un amigo me enteré de donde fue, y comentaban que seguía siendo igual, aunque había encontrado un "alma gemela" ( esto me lo dijeron entre risas ) y que se les veía, de vez en cuando, hablar. Una vez incluso, según me decían, se rieron. Aunque yo creo que esto es una exageración del resto de niños.
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