miércoles, 16 de diciembre de 2009

Faceta tercera: el joven perdedor

Sí, claro que le recuerdo, es de los pocos alumnos cuyo apellido me cuesta olvidar. Por aquí tengo todavía su ficha de la carrera... Mira, aquí está. "Tomás". Se dejó una barba casi a la primera semana, y sus rasgos se hicieron más marcados con el paso del tiempo. No supe qué le hizo matricularse en periodismo. Creo que era su afán de poder seguir investigando cual tema, teniendo acceso a toda la información. Su curiosidad era su característica más relevante. Cuando todo el mundo había parado de investigar un tema, el seguía semanas buscando más datos, más causas, más consecuencias. Era brillante, era extenuante.

Sin embargo, era de las personas con menos habilidades sociales que he visto sentadas en mi clase. Sus trabajos en grupo fueron continuos desastres, y su relación con sus compañeros era difícil. Y eso es lo que me llegaba a mi, así que tenía que ser mucho peor. Estaba por encima de las personas, pero no como si se viera de una clase social superior, no. Simplemente, flotaba sobre ellas, eran recursos.

Un día, decidí ayudarle. Quise que reaccionara: con esas habilidades sociales acabaría en un oscuro archivo, condenado a una búsqueda absurda de datos y fechas. Había en su clase una chica que se podría decir que era una lider natural. No era especialmente guapa, ni tenía un físico espectacular, pero tenía carisma. Les puse juntos en un trabajo. Sí, fui yo. El error fue mío.

Una cosa era tomar contacto con la realidad, aterrizar en ella. Otra es caer desde miles de kilómetros a plomo sobre ella. Se enamoró como un idiota desde el primer día. Encontró ese corazón que nunca había sabido que llevaba dentro. Y se lo ofreció en una bandeja de plata.

Ella cogió la bandeja, lo miró por un instante y, mientras se moría de risa, la arrojó por la ventana. Lo de menos fue el suspenso por un trabajo no entregado. Él se volvió taciturno, se aisló totalmente. Apenas venía a clase, y, cuando venía, se sentaba en la última fila y no la quitaba a ella los ojos de encima. Prometo que alguna vez creí que se echaba a llorar en mitad de clase. Sus notas bajaron al mismo ritmo que su moral. Estaba hundido y no sabía pelear. Nunca lo había hecho.

Creo que fue bueno para él que le dieran esa beca en el extranjero. Logró meter la distancia que necesitaba. Cuando le vi años después en su graduación había recuperado parte de ese brillo en los ojos, se le notaba más maduro. Irónicamente, ella, después de haberle hundido, se enamoró de quien no la convenía, un sabelotodo guaperas que lo único que la hizo fue dejarla embarazada. No acabó la carrera...

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