Coincidí con él cuando llegó a nuestro colegio, protegido por un jersey de rayas que empezaba a quedarle algo estrecho y algo corto. Me recordó a mi el primer día, mirando el suelo que había bajo mis pies por si desaparecía de repente. Tuve la necesidad de hablar con él, de ayudarle. Alguien hizo eso mismo conmigo ( ya te contaré esa historia otro día, que me pongo melancólico ).
Costó quitarle sus defensas, conseguir que hablara usando algo que no fueran monosílabos. Había construido muros detrás de los cuales se había encerrado. Nunca supe porqué. Tampoco me atreví a preguntarselo. Poco a poco fue levantando la vista del suelo, y pasandola al cielo. Reconozco que su cambio fue demasiado drástico. En parte fue culpa mía: yo no me relacionaba apenas con mis compañeros, salvo casos puntuales. A el le pasó algo semejante: las personas eran inexistentes. Estaban ahí, pero no le aportaban nada. Al menos las personas cercanas. Sí, se abrió al mundo, pero a un mundo idílico, en poco contacto con el mundo real. Se dejó seducir por la literatura, por la música, por las artes. Perdió el miedo a lo desconocido, ganó curiosidad.
Cuando quedábamos algunos fines de semana y me contaba lo que había estado haciendo, había veces que era difícil de creer, sobre todo si lo comparabas a lo que oías por la clase. Mientras nuestros compañeros de clase se centraban en el sexo, el alcohol y el deporte, él podía contarte una crítica que acababa de leerse a la obra de Baudelaire. Y yo apenas sabía quien era Baudelaire!
Ese año, por mi culpa, o gracias a mi, o mediante mi ayuda, dilo como prefieras, descubrió lo que había alrededor suyo. Fue capaz de abrir los ojos y dejarse invadir.
De todas formas, yo siempre pensé que seguía habiendo algo que no acababa de encajar. Sí, yo no me entendía con el resto de mi promoción, pero para él apenas existían. Era un chaval, casi un crío, y había madurado saltandose miles de fases. Estaba convencido de que acabaría dandose una torta.
Por desgracia, no me equivoqué. Aunque de eso me enteré muchos años después. Al acabar el año, se volvió a cambiar de colegio. Nunca supe si aguantó dos años seguidos en alguno. Aunque esta vez fue por su padre y su trabajo.
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