La decisión de contratarle fue mía, sí. Era arriesgada. Sobresalía con respecto a todos los demás, era intuitivo, trabajador... pero le faltaba caracter, le faltaba fuerza. Tenía la impresión de que un día, por algún motivo nimio, se vendría abajo. Por eso no se vino de becario, forcé a recursos humanos para darle un contrato en condiciones. Necesitaba que se sintiera protegido. A lo mejor no era tan débil, pero me lo parecía. A su edad todos nos hemos llevado palos y nos hemos recuperado. A él parecía que uno de los golpes le hubiera dejado algo conmocionado.
Sus primeros meses fueron excepcionales. Ningún novato ha hecho jamás un trabajo de una calidad tan alta como la que él se exigía a sí mismo. Recuerdo un reportaje sobre la vida en un pequeño pueblo donde iba a cerrar la fábrica que era el principal empleador. Su jefe se lo dio por bueno. El decidió redactarlo desde cero otra vez. Su jefe lo aprobó de nuevo, sin entenderlo. Y lo redactó una tercera vez. Era muy difícil tenerlo como subalterno, porque su grado de exigencia luchaba contra las fechas. Parecía nacido para el periodismo de investigación, no para estar en nuestro departamento de noticias locales. El resto de becarios de su edad palidecía a su lado. Algunos le odiaban y, al principio, intentaban ponerle la zancadilla. Pero era en balde.
Sin embargo, seguía sin pertenecer al grupo, no era capaz de integrarse. No le recuerdo tomandose un café con nadie, ni haciendo una broma. Seguía pensando que un día iba a estallar debido a su carácter.
Y uno de esos días en que estaba convencido de que el desastre estaba próximo, contratamos a una fotógrafo en prácticas. Una chica que se esforzaba por disimularse con el entorno, oculta detrás de sus gafas y grandes abrigos. Muy buena mano con la cámara, una técnica excelente. Siempre he querido ver alguna de sus fotos artísticas.
Sí, ese día, tu madre conoció a tu padre.
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